Bienaventurados: Los de limpio corazón

Publicado el 17 de marzo de 2024, 2:37

“Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” Mateo 5:8

Al hablar de limpieza de corazón (pureza), ni Jesús ni la Biblia se adentran en un territorio extraño o desconocido. Sin embargo, la forma en que Jesús y todo el testimonio bíblico esclarecen y exaltan el llamado a la pureza resulta sorprendente y distintiva a como quizás lo ha hecho el ser humano. ¿Cómo las palabras del pasaje de hoy rompen el molde y muestran la singular belleza del evangelio? Esta bienaventuranza, como las demás, no solo afirma una postura moral o un rasgo de carácter, sino que también la relaciona directamente con un don específico: en este caso, los “limpios de corazón” son los que “verán a Dios”.

Ver a Dios es un regalo que sólo el evangelio de Cristo hace posible. Moisés conoció el deseo de ver la gloria de Dios (Éxodo 33:18), y David oró pidiendo solo una cosa: “… que habite yo en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura del Señor, y para meditar en su templo” (Salmo 27:4). El testimonio bíblico hace evidente el hecho de que Dios nos creó con un anhelo por Él y el evangelio confirma la promesa de que esta visión de Dios será concedida cuando haya pasado lo viejo y finalmente se pueda decir: “He aquí, el tabernáculo de Dios está entre los hombres, y Él habitará entre ellos y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos” (Apocalipsis 21:3). La fuerte voz del trono llama al lector de Apocalipsis a contemplar la presencia misma de Dios, porque Él estará cerca, Él estará en medio de Su pueblo. Gracias al mediador, a Jesús, podemos ver la gloria de Dios: Su obra, tanto para nuestra salvación como para nuestra transformación, produce la pureza necesaria y también hace que la belleza del Dios altísimo sea visible. Los que están en Él son los únicos que no tienen razón alguna para temer por el pecado, y tienen todas las razones para contemplar Su gloria con audacia.

Ver a Dios también trae la revelación de la generosidad y la bondad del Dios que nos adopta y quien es nuestra esperanza y anhelo. El camino que hace posible que podamos tener esta visión es la limpieza de corazón (pureza), pero esta pureza no es como el hombre lo ve sino como Dios la demanda. La pureza que Dios demanda conduce a la gloria y a la bendición celestial, no a una mera aceptación humana o pertenencia social. Es por esto que Pablo luego de haber visto a Cristo en Su gloria en el camino a Damasco pudo decir más adelante a los cristianos de Éfeso que, por gracia, el Dios que lo tiene todo “lo llena todo en todo” (Efesios 1:23) y, por lo tanto, ellos pueden asumir confiadamente y en oración que serán “llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios” (Efesios 3:19). Nuestra salvación involucra nada menos que el regalo de nuestro Salvador. Dios no es simplemente el autor del evangelio, Dios es el fin del evangelio.

Entonces, los de limpio corazón son aquellos que pueden ver que han sido creados para Dios y que, en última instancia, ver a Dios es lo único que podrá satisfacernos. Los otros dones otorgados en las bienaventuranzas son buenos, pero este premio es la mayor bendición: ser plenamente conscientes del deseo insaciable por Dios que hay en nosotros y sobretodo tener la certeza de que no nos deleitaríamos en ningún otro bien o recompensa que no sea Él. Como David, los limpios de corazón pueden decirle al Señor: “Tú eres mi Señor; ningún bien tengo fuera de ti” (Salmo 16:2).

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