
“Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” Mateo 5:9
La mayoría de las personas quieren paz, pero son muy pocos los que están dispuestos a hacerla. Si leemos superficialmente esta bienaventuranza, podríamos confundir el procurar la paz con una cualidad pasiva, una persona que no se entromete en asuntos ajenos. Pero la virtud de un pacificador no se encuentra principalmente en evitar conflictoos, un pacificador no evita los conflictos, un pacificador decide involucrarse en un conflicto cualquiera que sea, no para inflamarlo sino para resolverlo. Un pacificador es alguien cuya postura es principalmente activa: alguien implacable en la búsqueda de la justicia, la armonía, el arrepentimiento y la reconciliación. La vida de Jesús, el pacificador por excelencia, revela cuán difícil y peligrosa suele ser esta obra.
El ejemplo de pacificación modelado por Cristo tiene dos orientaciones: hacia Dios y hacia el hombre. Siguiendo los pasos de su Señor, los ciudadanos del Reino están llamados a trabajar con ambos objetivos en mente. En pocas palabras, los pacificadores son aquellos que proclaman y aplican el evangelio en la evangelización (para que haya paz entre Dios y los hombres) y en la resolución de conflictos (paz entre hombres). Si queremos unirnos a las filas de este ejército, debemos perfeccionar nuestra habilidad para aplicar las buenas nuevas a cada situación de conflicto, ya sea de los hombres con Dios o entre ellos mismos. Ahora, debemos tener claro que, para poder tener éxito en esta misión, nosotros mismos debemos estar en paz personal y reconciliación con Dios. El pacificador solo puede esforzarse por llevar la paz a los demás si posee este don que se recibe solo por gracia. Al gustar y ver que Dios es bueno, los pacificadores descubren que el mayor deseo de su corazón es que los demás disfruten de la paz con Dios y con quienes los rodean.
Jesús advirtió que Su verdad traería conflictos, aun así, el corazón de Su misión era pacificar. Si hemos encontrado la paz con Dios, la búsqueda de la paz con los demás y para los demás también debería ser un objetivo primordial para nosotros. Este no es un trabajo que podamos hacer en nuestras propias fuerzas. La paz solo puede florecer en corazones que han experimentado un cambio profundo y duradero. La gracia gratuita e inmerecida que aseguró nuestra paz con Dios es la misma gracia que produce paz en los corazones de los demás. Esta es una verdad que debemos tener presente cuando seamos afligidos por los conflictos entre nuestros seres queridos y Dios, o entre hombres que son cercanos a nosotros en la iglesia local y la comunidad. La asombrosa bendición que se le promete a los pacificadores es que serán hijos de Dios…. Como vemos, procurar la paz es difícil, pero trae bendición.
Enraizados firmemente en la paz que Cristo procuró, veamos la vida de Cristo como un modelo. Ser un pacificador hizo que los líderes religiosos lo odiaran y a que su familia se burlara de Él. Su pacificación lo llevó a un jardín, no para un reposar tranquilamente, sino para una lucha de medianoche; no para un refrigerio agradable, sino para una copa rebosante de ira omnipotente. Su pacificación lo llevó a la cruz, lo llevó a las tinieblas de afuera. Pero también le concedió una corona, un trono y un pueblo de cada tribu, lengua y nación. Esta es la porción de los pacificadores. Sus cuerpos están marcados y han sido despreciados, pero su cosecha es abundante y su título no es motivo de vergüenza. Serán llamados hijos de Dios ¡Aleluya!