
“Porque ¿Qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? Mateo 16:26
Los seres humanos somos unos jueces extraordinariamente malos para el éxito y el fracaso, es decir, difícilmente podemos acertar cuando juzgamos si una persona es exitosa y o es una persona fracasada. ¿Qué significa tener éxito? Solemos pensar que el éxito implica alcanzar determinados objetivos personales y profesionales: prosperar económicamente, ser influyente, formar una familia sólida, etc. Usualmente medimos el éxito en términos de recibir honores, llegar a la cima, ser admirado, alcanzar riquezas o hacernos un nombre. Mientras tanto, el fracaso significa ser pobre, ser impopular… Incluso en el servicio a Dios, a menudo se califica como “éxito” tener una congregación grande, junto con una reputación de buen predicador, mientras que “fracaso” significa una iglesia local de pocos miembros, un pastor poco conocido. Cada persona tiene su manera de medirlo y a menudo utilizamos las varas de medir equivocadas. Las personas que juzgamos como “exitosas” —los ricos, los poderosos, los influyentes, los populares— no reciben ninguna alabanza especial en el Reino de Dios. Mientras tanto, aquellos que usualmente son menospreciados como fracasados —los pobres, los quebrantados y las personas “sin importancia”— son a menudo aquellos por los que parece que Dios tiene una preocupación especial. Es a esto a lo que Jesús se refiere en el pasaje de Mateo 16:26, según Jesús, es posible ganar el mundo entero —triunfar sobre casi cualquier criterio humano— y aun así fracasar en la vida por perder el alma en el proceso. En otro pasaje, Jesús declara que es posible perder todas tus posesiones, relaciones y estatus, y aun así tener éxito en lo que realmente importa: tu relación con Dios (Marcos 10:28-30).
También sucede que tendemos a hacer juicios apresurados, juzgamos basándonos en las apariencias presentes, evaluando a las personas como si conociéramos el desenlace de su historia. En realidad, el final de la historia no se contará en este mundo, sino en el mundo venidero, donde algunos que ahora son los primeros (“exitosos”) serán los últimos, mientras que otros que ahora son juzgados como últimos (“fracasados”) serán los primeros en el Reino de Dios (Marcos 10:31). Las medidas del éxito en el Reino de Dios no son las mismas que las de esta época. Ahora, ¿quiere esto decir que basta con ser pobre y humilde para ser considerado triunfador por Dios? No, porque tenemos muchos ejemplos bíblicos de hombres prominentemente triunfadores que utilizaron su posición elevada con sabiduría, como José, Daniel, Nehemías o Esdras. Que incluso en un entorno pagano, fueron hombres que a pesar correr el riesgo de perder sus privilegios y reputación ante los hombres sirvieron fielmente al Señor en el más alto nivel del gobierno y sociedad humana… estos hombres que indudablemente fueron juzgados como exitosos por otros hombres, también fueron contados por Dios como hombres de éxito porque ellos servían primero al Señor y a Su Reino, con los recursos que Él les dio, sus privilegios no estaban al servicio de ellos mismos, sino al servicio de la gloria de Dios. Entonces con toda seguridad podemos decir que lo que significa tener éxito desde una perspectiva bíblica es vivir la vida no para servir a los objetivos de nuestros propios reinos personales, cualesquiera que estos sean —comodidad, aprobación, dinero, prestigio, poder, etc.— la persona exitosa pone en primer lugar al Reino de Dios. Está dispuesta a renunciar a cualquiera de estas cosas si se interponen en el camino de servir a Dios, o a utilizarlas para Dios como recursos sobre los que es un mayordomo que un día será llamado a rendir cuentas (Mateo 25:14-30). El mayordomo que tiene éxito no es aquel al que se le confían más recursos, sean del tipo que sean (riquezas, talentos, belleza, poder, dinero, etc.) sino el que es administrador fiel de los recursos que se le han confiado (Mateo 25:21).