Cuando el fracaso se viste de éxito

Publicado el 24 de marzo de 2024, 2:47

Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” Génesis 1:26-28

Adán y Eva reúnen con creces todas las características para ser catalogados bajo el rótulo de las personas con “mayor probabilidad de éxito”. Formados por la mano de Dios, sin carecer de nada, completamente equipados con la capacidad para fructificar, multiplicarse y llenar la tierra, estos dos estaban preparados para el éxito y con toda seguridad destinados a la grandeza. Pero el desarrollo de la historia no enseña por medio del ejemplo de ellos que no se puede juzgar al éxito por su portada, porque un potencial de éxito no es una promesa de éxito. En Génesis 3:5 se nos cuenta como, Adán y Eva cayeron bajo la influencia de una definición diferente de éxito, que no procedía de Dios, sino del maligno. Según la serpiente, el éxito verdadero se encuentra, no en ser a la imagen de Dios, sino en ser igual a Dios. Tras su caída, el diseño de Dios para el trabajo, los logros y el éxito se distorsionó. El hombre sustituyó a Dios como objeto del éxito. El orgullo sustituyó a la humildad como impulso para el éxito. La autopromoción sustituyó al sacrificio como el método para el éxito. Y la cima sustituyó a la verdadera bendición como métrica para medir el éxito.

Por eso, cada vez que experimentamos un pequeño éxito, estalla en nuestro interior no un gozo santo por un trabajo bien hecho, por un logro hecho para la gloria de Dios, simplemente empezamos a contemplar ese logro como una oportunidad para hacernos de un nombre. Ponemos el foco de atención en nosotros mismos en lugar de ponerlo en Dios, porque nuestra naturaleza está inclinada hacia la idolatría en lugar de la verdadera adoración a Dios. Hacer estas consideraciones no implica que el éxito secular sea inherentemente pecaminoso. Ya hemos hecho mención del ejemplo de hombres que la Biblia ejemplifica como exitosos no sólo en lo espiritual, claramente fueron exitosos en lo secular. A través de estos hombres queda bien establecido que: Dios participa activamente en la consecución del éxito mundano —el poder, la riqueza y la posición— de Su pueblo, y en el aprovechamiento de ese éxito para Sus propios fines. Y así como el éxito mundano no es intrínsecamente pecaminoso, tampoco es intrínsecamente bueno. El éxito mundano puede ser un medio para el bien, pero también puede ser aprovechado para el mal. Ya sea el engaño de las riquezas y las posesiones (Marcos 4:19), la falsa esperanza del linaje y los dones (1 Corintios 1:26-31), o la idolatría del poder y la posición (Marcos 10:35-45), las Escrituras nos advierten repetidamente contra la trampa del éxito mundano, porque este éxito tiene una forma de remodelarnos según las prioridades y prácticas del mundo. A la luz de esto es innegable que la motivación de nuestra naturaleza caída por el logro y el éxito suele surgir, no de un corazón que se inclina hacia el amor a Dios y al prójimo, sino de un corazón volcado hacia el amor a sí mismo, lo que nos conduce obligadamente a una pregunta ¿Cuál es la verdadera naturaleza del éxito?

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