
Cuando sabemos que algo es realmente bueno hay distintas maneras como el ser humano responde a aquello que es considerado bueno: algunos al saber de qué se trata de algo bueno tratarán de evitar que otros lo disfruten estando dispuestos inclusos a usar la violencia. Otros cuando desean profundamente esa cosa buena se esforzarán para lograrlo, dispuestos a soportar el dolor, a sufrir o a perseverar sin cesar porque están convencidos del valor que hay en aquella meta. En sus días terrenales Cristo habló de un tesoro de inmenso valor. Un tesoro por el cual cualquiera estaría dispuesto a venderlo todo para adquirirlo (Mateo 13:44), Él también hizo mención de una perla de gran precio, tan alto que vale más que todo lo que tienes (Mateo 13:46), el hablo de un banquete de bodas tan bueno, tan exquisito que las excusas dadas para no asistir parecen absurdas (Lucas 14:16-34)… ¿Qué es eso tan bueno de lo que Cristo habló? Cada una de estas ilustraciones fueron usadas para dar a conocer que el Reino de Dios es el bien supremo. Un reino en el que las bendiciones ofrecidas van más allá de todo lo que este mundo ofrece. Tan valioso que hay quien intenta robarlo para así acabar con el gozo de quienes lo poseen (Juan 10:8) mientras que otros se esfuerzan por participar de el a pesar del costo (Lucas 13:24).
El clamor por obtener la bondad del reino se describe vívidamente en Mateo 11:12: “el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan”, Juan el Bautista se levantó para anunciar que en ese tiempo y a partir de ese momento el bien absoluto había llegado, y el pueblo de Dios es forzado a entrar en él. El reino se impone a sí mismo forzosamente al mundo, pero se le oponen personas violentas que buscan arrebatárselo a otros (Mateo 11:12), y en respuesta, el pueblo de Dios se impone a sí mismo forzosamente para entrar en él (Lucas 16:16). ¿De dónde viene tal compulsión, esa fortaleza casi violenta para soportar cualquier cosa? ¿De la fuerza de voluntad humana? No, sino que más bien, proviene del evangelio mismo. El mensaje del reino siembra un profundo deseo en el corazón regenerado de usar todo el vigor y la fuerza para entrar en la bendita esperanza que ha sido anunciada. Una urgencia dada por el Espíritu nos permite ver el terreno del reino no como el terreno neutral de la gente tibia, sino como algo que viene con una fuerza divina, que sufre una fuerte oposición y que, por lo tanto, se debe entrar en él con fuerza. Cuando el anhelo por la bondad del reino satura tu ser renovado, no hay vanidad, incomodidad, sufrimiento, dolor ni oposición violenta en este mundo que te impida aplicar tu esfuerzo por entrar en él. ¡Exige todo porque vale más que todo!