Ve, y haz tú lo mismo

Publicado el 9 de abril de 2024, 3:21

“¿Y quién es mi prójimo?” (Lucas 10:29)

Casi a todos nos toca transitar, lastimados y golpeados, por el camino a Jericó, por así decirlo. Ese camino puede ser problemas emocionales, financieros, enfermedad, adicción o conflictos matrimoniales. ¿Triunfará la compasión sobre la conveniencia, la piedad sobre los prejuicios? ¿Y qué si alguien terminara en el camino a Jericó por necedad pecaminosa? ¿Debería molestarme en ayudar a alguien así? Sin embargo, ¿no es así como la mayoría de nosotros terminamos en nuestro propio camino a Jericó? ¿Y qué si la persona en necesidad no se parece en nada a mí? Pero la pregunta no es: “¿Cómo esa persona tan distinta a mí puede ser mi prójimo?” Sino más bien: ¿De quién tengo la oportunidad y el privilegio de ser prójimo en este día? Jonathan Edwards una vez predicó un sermón bastante confrontador, en el cual preguntó: Si nunca estamos obligados a aliviar las cargas de los demás, sino solo cuando podemos hacerlo sin cargarnos a nosotros mismos, entonces, ¿cómo llevaremos las cargas de nuestro prójimo cuando no soportamos ninguna carga en absoluto? Aunque es posible que no tengamos en abundancia puede darse el caso de que nos veamos obligados a socorrer a otros que están en mucha mayor necesidad, como lo indica esa regla de Lucas 3:11: “El que tiene dos túnicas, comparta con el que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo”. Cuando damos nuestra túnica para cubrir el frío de la desnudez de otro, nos revestimos de tierna compasión (Colosenses 3:12). No nos demos la vuelta como el joven rico en Marcos 10:17-22, queriendo ganar la vida eterna y desanimado porque sus grandes posesiones lo poseían a él.

Somos la posesión preciada de Aquel que se hizo nuestro prójimo, que se hizo carne, que habitó entre nosotros, que corrió la carrera por nosotros, cumpliendo toda la ley, cargado con nuestro pecado, dejado ensangrentado, golpeado y muerto en la cruz. Él nos levantó del camino a Jericó de nuestro propio pecado y quebrantamiento, derramó sobre nosotros el aceite y el vino de la salvación, nos envolvió con una nueva túnica —el manto de Su justicia (Isaías 61:10)— vendó nuestras heridas a través de Sus heridas (Isaías 53:5), y aseguró un lugar para nosotros en el mesón del lugar santísimo, más allá del velo (Hebreos 6:19)… Él ahora nos pide que seamos prójimos que aman y se interesan genuinamente. En lugar de preguntar qué debemos hacer para ganar la vida eterna, debemos convertirnos en el prójimo de los necesitados, no para ganar la vida eterna, sino para evidenciar que tenemos vida eterna; no para merecer nuestra justificación, sino para manifestar que somos justificados por una gracia que nos persigue (Salmo 23:6), especialmente cuando deambulamos por los caminos más remotos y peligrosos.

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