
“Hijos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” 1 Juan 3:18
Jesús amaba a la gente de manera personal y cercana. Su amor no era un mero sentimiento hacia las masas sino un amor tangible dirigido a personas particulares. Él amó a Su familia, sometiéndose a Sus padres terrenales mientras crecía bajo su autoridad (Lucas 2:51). Mostró amor por Su madre en Sus momentos de agonía al confiar su bienestar a Su amigo y discípulo Juan (Juan 19:26-27). Jesús amó a Sus discípulos hasta el final, incluso cuando manifestaron corazones duros, mentes torpes y un carácter débil. Él amó a Sus enemigos, no rivales desconocidos en tierras lejanas, sino personas de su misma comunidad que le hacían oposición de manera agresiva, le calumniaban y le rechazaban violentamente (Lucas 4:16-30). Jesús amó a personas con nombres, historias y necesidades específicas. Buscó conocer esos nombres, ser parte de esas historias y satisfacer esas necesidades. Sanó a la suegra de un amigo (Marcos 1:29-31). En compasión, tocó y sanó a un leproso. Alimentó a los hambrientos, curó a los enfermos, dio vista a los ciegos, liberó a los oprimidos y enseñó a las multitudes que eran como ovejas sin pastor… es fácil amar contemplativamente, pero el amor debe ser activo y tangible en su expresión. Debe estar dirigido a personas reales y busca aliviar necesidades reales. Nos demanda ir más allá de un sentimiento por los desconocidos, sino a acoger al otro, conocerlo, escucharlo y ayudarlo.
Nuestra sociedad cree que la persona verdaderamente feliz es la que está libre de responsabilidades, libre para perseguir sus sueños, seguir su corazón y vivir sus más profundos deseos, y si esto requiere hacer a un lado a cualquier persona que pueda restringir esa búsqueda es considerado correcto hacerlo, porque la felicidad es el objetivo, y sacrificarse a sí mismo se considera traición. No se puede amar pensando de este modo porque para amar verdaderamente, tendremos que limitar voluntariamente nuestras libertades. El amor “no busca lo suyo” (1 Corintios 13:5) sino que considera las necesidades de los demás. Amar “de hecho y en verdad” requerirá muchas veces que desechemos nuestras preferencias, comodidades y agendas por el bien de otro. En nuestros matrimonios, familias, iglesias, amistades y vecindarios, si queremos amar verdaderamente, tenemos que poner el bien del otro por encima del nuestro. No podemos vivir la visión de autonomía e individualismo radical y experimentar las profundidades del amor, porque el amor, por su propia naturaleza, impone restricciones en nuestras vidas. Jesús modeló esta verdad. “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:28). Él no vino a hacer Su propia voluntad, sino la voluntad del Padre (Juan 6:38). Él con gusto tomó nuestras cargas y las llevó a la cruz. Nos amó con un amor que trabaja y persevera aun cuando no es correspondido. El amor de Jesús fue y es repudiado, rechazado y no correspondido. Sin embargo, Él es firme en Su amor y no lo niega ni siquiera a las personas que constantemente lo rechazan.