
“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros” 1 Juan 1:8
Cualquier noción bien intencionada pero equivocada de perfeccionismo cristiano debe ser descartada... cuando consideramos cada una de las exhortaciones de Juan en esta epístola parecen descansar en tres verdades fundamentales: no debemos pecar (2:1), pecaremos (1:8, 10), y tenemos perdón y propiciación por nuestros pecados (1:9; 2:1-2). Aunque para muchos resulte duro reconocerlo, la verdad es que los cristianos realmente pecan. Esta verdad es el resultado lógico y bíblico de la doctrina de la justificación por gracia solamente a través de la fe en Cristo solamente, cuya justicia nos es imputada incluso cuando nuestra culpa es imputada a Él. Nuestra justificación o buena posición ante Dios no se debe a que en la actualidad somos intrínsecamente justos o a que tenemos justicia infundida en nosotros. Somos justos ante Dios porque Él nos acredita y nos cubre con lo que en otro tiempo fue llamado una justicia “ajena” o “extranjera”, que por supuesto es la justicia de Cristo. La justicia de Cristo es completa, lo que significa que satisface todas las demandas de la santa ley de Dios.
La justicia de Cristo es de valor eterno, lo que significa que nunca fenece. Es absoluta, objetiva, e infalible… es por esto que nuestra fe solo puede ofrecernos esperanza cuando se aferra a la persona y obra de Cristo. La fe genuina nos lleva una unión con Cristo y, por lo tanto, nos cubre objetivamente con Su perfecta obediencia y Su sangre purificadora. Subjetivamente, somos despertados a por lo menos tres realidades: (1) la miseria de nuestra caída (Romanos 7:13-19); (2) y un nuevo deseo genuino de hacer lo que agrada a Dios (Filipenses 2:13); es la combinación de la conciencia de nuestra naturaleza caída y este deseo dado por Dios de hacer lo que agrada a Dios lo que crea la tensión de que habla Pablo a los Romanos: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago”; y (3) conocimiento de la generosidad de la gracia de Dios en Cristo que salva a los pecadores (1 Timoteo 1:15).
Estar arraigados en estas verdades y estudiarlas a fondo debería permitirnos no solo comprender la veracidad de la afirmación del apóstol en 1 Juan 1:8, sino hacerlo de una manera que no nos haga complacientes con el hecho de que, como cristianos podemos pecar contra Dios. Por el contrario, esta realidad debe magnificar la grandeza de la gracia de Dios… nos debe llevar a desear ardientemente ser librados de este cuerpo de muerte, pero sobre todo a tomar cada día con mayor resolución la cruz, negarnos a nosotros mismos y seguir tras las pisadas de nuestro maestro. Que al magnificar la gracia de Dios sea desencadenada en nosotros la gratitud que se manifiesta en hacer lo que agrada a Dios. Sí, los discípulos tropiezan, pero Dios usa su tropiezo para mostrarles más y más de la gracia que es más grande que todos sus pecados.