
La iglesia históricamente ha entendido bien que Dios es uno solo, una sola esencia divina en tres personas. Sin embargo, esto no quiere decir que el Único Dios Verdadero este dividido en tres partes, sino que cada persona de la Trinidad tiene Su independencia, distinta por Sus atributos, no obstante, los tres son un solo Dios: no están divididos ni tampoco mezclados entre sí. El Espíritu Santo es una de esas personas y Él se relaciona personalmente con las otras personas de la Trinidad.
Normalmente para los cristianos no suele ser difícil ver a Dios como Padre. Y a muchos tampoco les cuesta ver a Dios como Hijo. Pero cuando se trata de Dios como Espíritu Santo, la cosa suele cambiar. Cuán diferente es esto de lo que leemos en la Escritura. La Escritura nos revela al Espíritu Santo no como un tercero en el rango de la deidad, sino igual al Padre y al Hijo, coeterno con ellos, participando con ellos en toda la gloria y el honor que merece el Único Dios Verdadero. El Espíritu Santo no es un poder impersonal, ni una energía impalpable y abstracta. El Espíritu Santo es personal en todo el sentido de la palabra. La Biblia nos dice que tiene una mente y piensa (Isaías 11:2; Romanos 8:27), que es una persona capaz de experimentar afectos y sentimientos profundos (Romanos 8:26; 15:30). Él también tiene voluntad y toma decisiones en cuanto a lo que es mejor para el pueblo de Dios y lo que glorifica más al Hijo (Hechos 16:7; 1 Corintios 2:11). Al ser una persona santa se entristece cuando pecamos (Efesios 4:30). El Espíritu Santo habla (Apocalipsis 2:7), testifica (Juan 15:26; 16:13), anima (Hechos 9:31), fortalece (Efesios 3:16) y nos enseña (Lucas 12:12). Si no fuese una persona no se le podría mentir (Hechos 5:3), no se le insultaría (Hebreos 10:29) y si fuese menor en deidad al Padre o al Hijo no se podría blasfemar contra Él (Mateo 12:31-32).
La Escritura nos muestra los oficios y operaciones particulares de las tres personas de la Trinidad con respecto a nosotros los seres humanos: el Padre es revelado como nuestro Creador por Su poder, el Hijo es nuestro Salvador y Redentor por Su sangre y el Espíritu Santo es nuestro santificador por Su morada en nuestros corazones. Sobre todo, Su papel principal en nosotros, el templo de Dios en el cual Él habita (Efesios 2:21-22), es ministrar para dirigir nuestra atención a la persona de Cristo y para despertar en nosotros afecto y devoción al Salvador (Juan 14:26; 16:12-15). Por encima de todas las cosas, el Espíritu Santo se deleita en actuar como un destello que desde nuestro interior enfoca nuestros pensamientos y nuestra meditación en la belleza de Cristo y en todo lo que Dios es para nosotros en Él y a través de Él.
Entonces al considerar en la persona y en la obra del Espíritu, debemos dar gracias por Su poderosa presencia en nuestras vidas y haríamos bien en considerar las palabras de Thomas Torrance, quien nos recuerda que “el Espíritu Santo no es simplemente algo divino o algo parecido a Dios que viene de Él, no se trata de una especie de acción a distancia o de un regalo que puede ser separado de Él, ya que Dios el Espíritu Santo actúa directamente en nosotros; y al darnos Su Santo Espíritu, Dios se da a Sí mismo”. Oh Señor, permítenos vivir una vida de fe confiando en Su poder, no en el nuestro. Permítenos caminar la senda de la obediencia que has puesto delante de nosotros, llenos de Su gozo. Amén.
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bendito sea el espíritu de Dios que mora en nosostros. Amen 🙏🙏🙏🙏