
La iglesia de hoy en día batalla con un gran problema: la oración sin fervor, tal vez si miramos la cristiandad de nuestros días no podremos identificarlo plenamente, pero si miramos la cristiandad en tiempos de los apóstoles y los padres de la iglesia (los primeros 350 años después de la ascensión de Cristo), incluso si consideramos a aquellos a quienes llamamos reformadores, si consideramos la manera en cómo ellos oraban, si meditamos en el contenido de sus oraciones entonces podremos comprobar que en verdad esto es cierto. Por eso, quiero traerles un mensaje primero sobre nuestra oración sin oración, y luego sobre cómo, por la gracia de Dios, podemos aferrarnos a Dios y orar verdaderamente en nuestras oraciones.
Dice Isaías 64: 6-7 “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como el viento. Nadie hay que invoque tu nombre, que se despierte para apoyarse en ti; por lo cual escondiste de nosotros tu rostro, y nos dejaste marchitar en poder de nuestras maldades” y consideremos también lo dicho en Santiago 5:16b-18 “La oración eficaz del justo puede mucho. Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto” Elías un hombre común y corriente (igual a nosotros) pudo ser usado en tan grande obra de Dios por causa del fervor de su oración, lo que él pidió en oración era la voluntad que ya conocía de Dios, pero lo que se resalta en este pasaje es la manera en que él lo hizo (fervientemente). Si consideramos lo que dice Isaías y Santiago es claramente visible que una persona puede orar con sus labios y no orar con un deseo intenso del alma. Entonces nuestro problema como iglesia, no es que no oremos, sino que rara vez oramos en nuestras oraciones… estamos elevando nuestra voz al cielo, estamos pidiendo acorde a la voluntad de Dios, pero no hay pasión en nuestros corazones en lo que estamos orando.
Necesitamos más oración en nuestras oraciones ¿Cómo así? en el ejercicio primordial de la fe, mediante el cual todas nuestras gracias salvadoras convergen para culminar en la más alta expresión de deleite en Dios y la más profunda expresión de humildad con respecto a nosotros mismos, así como la más amplia expresión de amor por aquellos por quienes intercedemos. Thomas Watson lo dijo de esta manera: La oración privada es la respiración del alma en el seno de su Padre celestial. Es un arte santo enseñado por un Espíritu que gime y lucha, que usa nuestras imposibilidades, las imposibilidades de nuestra vida manchada por el pecado, para dibujar en nosotros la imagen de Cristo. La oración privada que llega al trono del Único Dios Verdadero es el fruto del Dios trino: El Padre es dador y decretador de la oración, el Hijo es el que hace méritos y perfecciona la oración, el Espíritu es el que lucha y gime en nosotros en la oración. La oración privada tiene más que ver con cambiarnos a nosotros que con cambiar a Dios. Está envuelta en una santa preocupación por la gloria y el reino de Dios. La oración privada en oración es la mayor arma del cielo que tenemos a nuestra disposición.
Sin embargo, no hay nada tan esencial y tan descuidado como la oración privada. Por eso los gigantes de la historia de la iglesia nos empequeñecen tan fácilmente. No es porque fueran más educados, o porque estuvieran menos distraídos por las preocupaciones y los deberes cotidianos, o porque vivieron en tiempos más piadosos. Tuvieron sus propias pruebas, tuvieron sus propias cruces. Eran personas ocupadas también, pero también eran hombres y mujeres que dedicaban tiempo y energía a la oración.
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