Los retrocesos comienzan en el lugar secreto

Publicado el 30 de julio de 2024, 4:11

¿Cómo es entonces nuestra vida de oración? ¿Es como un juguete junto al cual Satanás puede dormir, o la usamos como la mayor arma del cielo? ¿Nos trae vergüenza? o ¿Nos trae gloria? En 1651, había un grupo de ministros en la Iglesia de Escocia que se reunieron porque estaban convencidos de que estaban perdiendo la vitalidad de su religión personal en el ministerio, y en la reunión, escribieron una confesión mutua y confesaron sus pecados a Dios, ellos escribieron sus confesiones en un documento, y el número 12 fue su falta de oración. Esto es lo que dijeron: “No hemos estado en oración. El espíritu de oración está dormido entre nosotros. Hemos frecuentado muy poco el aposento y disfrutado de Él. Visitas ociosas, conversaciones tontas, bromas, lecturas ociosas y ocupaciones improductivas han absorbido nuestro tiempo que podríamos haber redimido para la oración” ¿No somos también culpables del mismo pecado?

¿Por qué hay tan poca ansiedad por encontrar tiempo para la oración? ¿Por qué tan poca previsión en la distribución del tiempo y de las ocupaciones para reservar una gran parte de cada día para la oración? ¿Por qué tanto hablar y tan poca oración? ¿Por qué tanto ajetreo y negocios y algarabía, pero tan poca oración? ¿Por qué tantas reuniones con los demás hombres y tan pocas reuniones con Dios? ¿Por qué tanto temor de estar a solas con Dios? Por qué si es cuando salimos frescos de la comunión con Dios que podemos hacer Su obra con éxito. Es en lo secreto de Su presencia donde llenamos tanto nuestros vasos de bendición que cuando salimos de ella, no podemos contenerla para nosotros mismos, sino que debemos, como por una bendita necesidad, derramarla dondequiera que vayamos. Trágicamente, nuestra vida de oración es a menudo como un edificio cerrado por reparaciones, tenemos la intención de hacerlo mejor, tenemos la intención de tomárnoslo más en serio, pero lo que sucede es que nos desanimamos y luego comenzamos a llamar oración a nuestra oración carente de fervor, y olvidamos que hay una gran diferencia entre las dos.

Tanto el que ora con fervor como él que lo hace sin fervor, ambos vienen a Dios con las manos vacías, pero la oración sin fervor viene con manos apáticas. La oración sin fervor se congela antes de llegar al cielo, la oración ferviente traspasa el cielo y calienta el alma. No es de extrañar que tengamos dificultades en la oración pública si no sabemos lo que significa derramar nuestras almas en la oración privada. Jesús nos advierte de que, si nunca nos acercamos a Dios en secreto, pero tratamos de acercarnos a Él en público, no habrá en nosotros contenido, ninguna sustancia, ninguna realidad, en realidad seremos hipócritas; entonces no solo necesitamos un nuevo método de oración, sino que necesitamos un nuevo corazón… necesitamos estar gobernados por el Espíritu Santo.

Lo más probable es que para muchos de nosotros el problema sea que nuestra vida de oración se ha vuelto aburrida, y a veces ni siquiera nos damos cuenta de ello. Dios nos ayuda quizás en el ministerio público, pero en privado somos fríos y distantes y sabemos, que la recaída comienza en el lugar más íntimo de la oración, pero de alguna manera seguimos adelante y nos dejamos llevar por lo que la gente cree de nosotros y de nuestro “servicio” a Dios, en lugar de tener una comunión real y vital con Dios. Y qué trágico es que luego nos deslicemos hasta que la oración se convierta en una carga… una práctica llevada a cabo simplemente para tranquilizar nuestra conciencia y conseguir un alivio inmediato.

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Comentarios

Shirley García
hace 9 meses

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