
“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos” Mateo 7:21
Dios no puede ser burlado: no importa si a la entrada de tu casa tienes un letrero que dice a los demás que eres cristiano, no importa si te has bautizado, si has participado de discipulados o tienes a cargo un ministerio… en aquel día muchos dirán “Señor, Señor, ¿no profetizamos en Tu nombre, y en Tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?” a pesar de todo esto no serán reconocidos sino más bien acusados por ser hacedores de maldad (Mateo 7:22-23).
Lo que Cristo quiere que Sus discípulos entiendan es que no es suficiente que exteriormente seamos vistos como gente cumplidora de la ley, el estándar que Él está colocando delante de todo aquel que es llamado cristiano demanda mucho más que apariencia. Ejemplifiquemos un poco esto basados en lo que Dios dijo por boca de Isaías “¿Quién demanda esto de vuestras manos, cuando venís a presentaros delante de Mí para hollar Mis atrios? No Me traigáis más vana ofrenda; el incienso Me es abominación; luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas, no lo puedo sufrir; son iniquidad vuestras fiestas solemnes. Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes las tiene aborrecidas Mi alma; Me son gravosas; cansado estoy de soportarlas” (Isaías 1:12-14) ¿No era acaso Su voluntad que ellos vinieran al templo, trajeran ofrenda y celebraran las fiestas solemnes? Si todas esas cosas Dios ordenaba que fueran hechas, aquí tenemos a Dios hablando de un pueblo que aparentemente está cumpliendo con lo que Dios demanda ¿Por qué Dios veía estas obras exteriores y se sentía asqueado por ellas? La religión externa sin sinceridad de corazón delante de Dios es abominación. Cuando el corazón no está bien, el sacrificio no sirve para nada (Salmo 51:16) cuando Dios dice: “cansado estoy de soportarlas” es una manera de subrayar el grado hasta el cual Dios detesta la religión que no es del corazón, para Dios tal religión es tan detestable y repugnante como lo es la idolatría. Y si así era en tiempos de la ley ceremonial que era la sombra que anunciaba la obra expiatoria de Cristo ¿Cuánto más será detestable que hoy después de que Él ha pagado para redimirnos con algo mucho más precioso que la sangre de un animal nosotros nos atrevamos a participar de los actos de adoración pública sin sinceridad ni verdad? Dios aborrece que en lugar de congregarnos con deleite y asombro por el privilegio que tenemos de ser parte del cuerpo visible del Dios invisible (la iglesia) nosotros lo hagamos meramente por cumplir. Amado hermano fuimos comprados con algo más valioso que el oro, la plata o las piedras preciosas ¿no debería esto infundir temor a nuestras almas de pecar contra Dios al participar del culto solo para mostrar una apariencia de piedad y no porque en verdad estemos interesados en vivir vidas que den gloria a Aquel que redimió nuestras vidas de destrucción eterna?
Las apariencias no pueden conformarse a la ley de Dios. Entonces ¿Quién puede tener esta justicia por sí mismo?, ¿Quién puede cumplir esta ley en sus propias capacidades? Nadie puede. Pero todo aquel que ha creído en el Evangelio no sólo tiene la luz también tiene justificación. Estar crucificado con Cristo juntamente y que ya no viva yo (Gálatas 2:20) ha hecho que el Padre nos vea justos e inocentes, como si nunca hubiésemos quebrantado Su ley. Y no sólo esto hemos recibido al Espíritu Santo quien nos capacita para decir con sinceridad “¡cuánto amo yo tu ley!, Todo el día ella es mi meditación” (Salmo 119:97) Solo al tener la justicia de Cristo podemos amar los mandamientos, practicarlos y enseñarlos de acuerdo con la enseñanza de Cristo como seguiremos estudiando en lo que sigue del Sermón del Monte.
Oración: Señor Tú viniste a cumplir la ley y por medio de ello garantizar una justicia verdadera para todo aquel que crea en Tu obra. Vivir de apariencia de nada sirve delante de ti, Tú no sufriste lo que padeciste en la cruz para que nosotros tengamos una justicia de mera apariencia. Tú padeciste para darnos a nosotros un nuevo corazón en el que esté Tu Palabra grabada y para darnos poder para dar testimonio de Tu gracia y Tu obra mediante de nuestra obediencia a Tu Palabra. Oh Señor que mi vida entera: lo que pienso, lo que soy y lo que hago sea una manifestación real de que he creído en ti, de que Tú me has justificado y que por Tu gracia tengo libertad para obedecer a Tu Palabra. Amén
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