
“No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos” Mateo 7:18
Las acciones de una persona reflejan su verdadero ser; de la misma manera, el corazón de un falso profeta se manifestará en su enseñanza, doctrina y comportamiento.
Hoy muchos se dejan llevar por enseñanzas erróneas, siendo atraídos por mensajes de prosperidad, liderazgo y ambición material. Estas enseñanzas desvían al pueblo de Dios del camino recto, incapacitándoles para andar del mismo modo que anduvo Cristo: en abnegación, en servicio, en fe, en verdad y sobretodo en santidad. Muchos optan por el camino ancho y abandonan la senda angosta, eligiendo una puerta que a su parecer es mucho más fácil. Cada vez más aquellos que nos autoproclamamos creyentes cristianos somos menos conocidos como sal que sirve para salar, ya no somos reconocidos como “los que trastornan el mundo” a través de un testimonio vivo del evangelio, tristemente los “cristianos” de hoy son cada vez más conocidos por los escándalos relacionados con nuestra manera de vivir, el manejo del dinero y una ambición desenfrenada. Hemos dejado de ser columna y baluarte de la verdad para convertirnos en cuevas de ladrones que han abrazado estrategias humanas para tener éxito en lugar de predicar el evangelio y hacer discípulos como fue ordenado por Cristo y vergonzosamente lo que hoy muchos presentan como avivamientos a menudo son solo apariencias, espectáculos previamente ensayados sin fruto duradero.
Los verdaderos profetas y maestros de Dios son aquellos que son fieles a Su Palabra y a Su enseñanza, hombres en cuyas vidas se cumplen los requisitos dados por Dios en 1 Timoteo 3:1-9 y Tito 1:7-9. A la luz de lo que dice la Escritura es evidente que Dios demanda mucho más que carisma y gran capacidad de oratoria a sus ministros, de hecho, la iglesia no debe escoger sus líderes basados en su posible éxito terrenal, sino basados en el estándar que Dios nos ha dado. Los requisitos para los ancianos y ministros del evangelio, mencionados en Timoteo y Tito, resaltan las capacidades de enseñar y gobernar, pero también apuntan a una vida transformada por el evangelio, son hombres sujetos a pasiones, pero comprometidos con mortificar el pecado en su carne cada día, viviendo el mensaje del evangelio que predican en sí mismos. Los falsos profetas, en cambio, no producen frutos según los estándares de Dios, son hombres sin dominio propio gobernados por sus pasiones, cuya conducta se convierte en la justificación del tropiezo de muchos. En lugar de vivir humildemente y contentos con lo que Dios les proporciona, son codiciosos de ganancias deshonestas y reaccionan con hostilidad cuando son reprendidos. Ellos intentarán arreglar las vidas de otros mientras descuidan la suya. Dijo Martin Lloyd Jones, “las apariencias pueden engañar mucho; pero no duran”. Muchos pueden llevar una vida que aparenta ser cristiana, pero sus motivaciones son incorrectas porque carecen del nuevo nacimiento y por tanto de un verdadero deseo de vivir para la gloria de Dios. Este tipo de actitudes socavan y destruyen el auténtico cristianismo. La historia de la iglesia da testimonio de que del surgimiento de sectas y la mundanalidad actual, pueden atribuirse a la influencia de profetas falsos y a la expansión de sus mensajes engañosos. No importa cuán atractivo parezca su discurso o cualquier fruto que puedan mostrar; ante los ojos de Dios, los falsos creyentes y profetas son árboles malos que producen frutos defectuosos. La única sentencia que les aguarda es clara: “Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego.” La eternidad en el infierno aguarda a los impíos, a pesar de su pretensión de ser profetas o cristianos. En su tiempo el Señor limpiará Su era; y recogerá el trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apaga.
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