
La frase “por sus frutos los conoceréis” es una poderosa enseñanza del Señor que invita a la reflexión. Si la analizamos en profundidad, resulta ser una advertencia temible. Nos obliga a mirarnos a nosotros mismos antes de apuntar con el dedo hacia otros. Aunque el contexto se refiere a los falsos profetas, esta enseñanza también actúa como un espejo que nos confronta con nuestra propia realidad. Es fácil pensar que esto no nos concierne, pero en realidad es un llamado a permanecer alertas, a no dejarnos engañar ni por nosotros mismos ni por otros, y a asegurarnos de estar caminando por la senda angosta, discerniendo bien quiénes son los verdaderos creyentes y siervos de Dios. No existen reglas más claras: “por sus frutos los conoceréis”. Este principio también se aplica a la disciplina en la iglesia. No podemos ver el corazón como lo hace Dios; lo que podemos hacer es observar los frutos de ese corazón, visibles en las acciones y palabras de las personas. Como dice la Escritura, “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 15:19). Todo lo malo que el ser humano dice y hace emana de su corazón.
Por más carismático que parezca un profeta y atractivo su mensaje, si sus frutos son negativos, este se convierte en un falso profeta. Su presencia no beneficia a la iglesia, y no debemos tolerar su influencia (2 Timoteo 3:5; Judas 1:3-4, 17-23). Si alguien llama bueno a lo que es malo, y malo a lo que es bueno, su mensaje no proviene de Dios, y debemos evitarlo (2 Juan 1:10-11; 3 Juan 1:11). La pregunta persiste: ¿Qué clase de árbol eres? ¿Qué fruto estás produciendo? Solamente aquellos que creen en Cristo de manera genuina, que han experimentado un nuevo nacimiento y que el Señor ha declarado bienaventurados, pueden gozar de la certeza de ser un buen árbol, plantado junto a corrientes de aguas, dando su fruto a su tiempo (Salmo 1). Solo si reconoces tu indignidad, tu miseria espiritual y tu constante necesidad de la justicia de Cristo, serás verdaderamente saciado. Si Cristo purifica tu corazón, podrás ver Su obra en tu vida cada día, viviendo para Su gloria y con la esperanza de un día contemplar Su rostro, incluso si en esta tierra enfrentas sufrimientos por Su causa y la obediencia a Sus mandamientos. Aunque puedas ser objeto de burla, tu gozo será eterno, pues tu recompensa será grande en los cielos (Mateo 5:3-12).
Hermanos, no permitamos que el engaño nos atrape. Aquellos que son de Dios oyen Su voz. Si hemos conocido al Señor y somos Sus hijos, debemos seguir Su voz en este camino angosto que estamos llamados a transitar. No permitamos que las voces que intentan desviarnos de nuestro Salvador nos distraigan. Algunos pueden parecer ovejas del rebaño de Cristo, pero en realidad son lobos rapaces. Debemos estar atentos a sus enseñanzas y conductas. Nuestra única referencia debe ser Cristo, y aquellos siervos que en verdad lo han imitado a lo largo de sus vidas, siendo un verdadero modelo de inspiración y consuelo para otros creyentes, produciendo frutos dignos de un buen árbol (1 Corintios 11:1) y la Escritura también nos instruye: “Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe” (Hebreos 13:7) Que Dios nos ayude e ilumine nuestro entendimiento y nuestro andar en esta vida. Amén
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