
“Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de Su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” Mateo 7:28-29
Al concluir Su sermón aquella multitud había escuchado lo que nunca habían oído. Su modo de vida había sido fuertemente desafiado al oír una correcta interpretación de lo que ellos hasta ese tiempo habían mal aprendido de la ley de Dios. La gente, completamente asombrada y perpleja escuchaba, la enseñanza de Jesús los estaba sacando de su zona de confort y de su falsa religiosidad. No había argumentos que contradecir, ni razones para rechazar lo que oían; jamás nadie les había hablado como lo hizo Cristo ni nunca habían visto a alguien como Él quien siendo Dios mismo se humilló, y fue humillado por Sus contemporáneos y maestros, que decían de Él, “¿No es éste el hijo del carpintero? ¿De dónde, pues, tiene éste todas estas cosas?” (Mateo 13:55-56). A pesar de sus dudas, quienes escucharon el Sermón del Monte se quedaron atónitos ante las enseñanzas de Cristo y Su propia persona. Desafortunadamente, para muchos este estado de perplejidad es efímero; pronto olvidan lo que aprendieron, y pronto dejan de reflexionar sobre quien les enseñó. Muchos después de una predicación agradecen la exposición de las Escrituras, diciendo: “buen sermón”, pero nada cambia en sus vidas. No están interesados practicar lo que han oído, aunque dicen Señor, Señor a Jesús; una vez termina el culto dejan de ser conscientes de quién es Aquel del que hablan las Sagradas Escrituras y dejan de mirar a Cristo. Oremos para que cada vez que escuchemos la voz de Dios en Su Palabra, mantengamos nuestra admiración, sorpresa y asombro ante Su magnificencia, poder, gloria, amor y bondad, y que no dejemos de considerar a Cristo, temiéndole y obedeciéndole en respuesta a la gracia con la que nos ha amado.
¿Qué causó tal asombro en los oyentes del Sermón del Monte? Mateo nos dice: “la gente se admiraba de Su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas”. Los escribas no tenían autoridad en sí mismos; solo repetían tradiciones y citaban enseñanzas de otros para respaldar su interpretación de la ley. En cambio, Cristo, Cristo no citó a ningún hombre, Él tenía una autoridad extraordinaria. Nadie antes de Él se había atrevido a decir: “Oísteis que fue dicho... Pero yo os digo”. Él no era como los demás maestros, que usaban evasivas; hablaba de manera directa, exponiendo el verdadero sentido de las Escrituras. Hoy debemos aprender de Cristo y no de aquellos que distorsionan el mensaje bíblico para ajustarlo a sus deseos en lugar de presentar la verdad de Dios. Cristo no es un falso maestro que dice algunas verdades y vive en oposición a ellas; es el maestro fiel y verdadero que encarna sus enseñanzas, ofreciendo esperanza porque habla con verdad. Sin divagar ni entretener con chistes, Su mensaje no era seco ni aburrido; ilustraba Sus ideas de manera que los oyentes pudieran considerar las verdades en forma concreta y práctica. En Su amor, no toleró el pecado ni rebajó los estándares de Dios, sino que llamó a la perfección, como Dios es perfecto. Su autoridad no solo lo establece como un maestro incomparable, sino también como la única fuente de agua viva.
Por ello, Cristo en este sermón se dedicó a enseñar, lo que necesitamos para prepararnos para la eternidad. Él no habló de trivialidades ni vanidades, sino que se mostró a Sí mismo como la fuente de Vida. No hay más fuentes, ni a dónde acudir para hallar salvación y vida eterna aparte de Él, lo asombroso es que Él nos muestra y nos guía por el camino. Estos primeros oyentes quedaron asombrados y aturdidos ante la autoridad del Señor Jesús, pero tanto ellos como nosotros somos llamados a algo más que un breve momento de asombro, somos llamados a mirar siempre a Cristo sin dejar de maravillarnos ante Su singularidad.
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Amén 🙏🙏
Amen, Ayudanos señor