
“Busqué a Jehová, y Él me oyó, y Me libró de todos mis temores. Los que miraron a Él fueron alumbrados, y sus rostros no fueron avergonzados. Este pobre clamó, y le oyó Jehová, y lo libró de todas sus angustias” Salmo 34:4-6
Al reflexionar sobre este pasaje, debemos hacernos una pregunta fundamental que revela la autenticidad de nuestro temor de Dios: ¿Cómo es tu relación con Él? David, un hombre con defectos y pecados, aprendió a temer a Dios. Aun con sus fallos, fue guiado al arrepentimiento y a comprender la grandeza del Señor. Se apoyó en Dios como su refugio y esperanza. En su vida, aunque estaba rodeado de temores, no se dejó atrapar por el miedo a los hombres; encontró consuelo y descanso en la presencia del Señor, porque el verdadero temor de Dios nos invita a acercarnos confiadamente a Él. David conocía el valor de la oración. Entendió que Dios no rechaza un corazón humilde, que reconoce su necesidad y se duele por su pecado. El temor de Dios nos impulsa a entrar en Su presencia, un privilegio otorgado a quienes pertenecen a Su pueblo. En el Antiguo Testamento, el pueblo se acercaba a Dios mediante sacrificios que anticipaban el sacrificio perfecto de Cristo en la cruz. Hoy, en el Nuevo Testamento, seguimos su ejemplo al clamar a Dios en oración. Entonces, preguntémonos: ¿Estoy dedicando tiempo a solas con Dios? ¿Estoy meditando en Su carácter y en Sus obras? ¿Estoy clamando a Él pidiendo Su misericordia cada día, para vivir consciente de Su presencia? No hay nada más importante que esto. Cada uno de nosotros tiene el deber de acercarse a Dios, tanto en comunidad como en lo personal.
Cuando David clamó, fue escuchado. Esto nos enseña una verdad vital: “No soy nada y no merezco nada, pero aun así fui escuchado. No tengo poder para salvarme, pero Él sí”. Si David, a pesar de sus limitaciones, fue oído, tú también puedes serlo, porque Dios es rico en misericordia. Todos carecemos del favor de Dios, pero Su bondad está disponible para aquellos que Él ha llamado como Su propio pueblo. Cristo nos asegura que, si pedimos algo en Su nombre, Él lo hará. Si pedimos conforme a Su voluntad, sabemos que Él nos escucha… por tanto, es el temor de Dios el que nos permite llegar a Su presencia con confianza, reconociendo Su poder y entregándonos en Sus manos santas, poderosas y tiernas, para presentar nuestra acción de gracias y peticiones.
Es en Su presencia donde podemos hallar verdadero descanso, paz y sosiego, incluso en medio de las dificultades (Salmo 16:11). Quien confía en el Señor jamás será avergonzado ni defraudado. David clamó a Dios y fue liberado de todos sus temores, porque es el temor de Dios el que nos lleva a dejar a Sus pies cualquier preocupación y en Su presencia somos libres de cualquier otro temor (1 Juan 4:18), porque solo Él es poderoso y glorioso, y es nuestro Padre al que debemos y podemos rendirnos por completo.
Oración: Amado Padre Celestial, Te alabo y glorifico Tu nombre, reconociendo Tu grandeza, Tu amor y Tu infinita misericordia. Confieso, Señor, que muchas veces he permitido que mis temores nublen mi confianza en Ti. Te pido perdón por los momentos en que he dudado de Tu fidelidad y he buscado refugio en mis propias fuerzas. Ayúdame a recordar que Tú eres mi refugio y fortaleza, y que sólo en Ti encuentro la verdadera libertad. Hoy clamo a Ti por mis angustias y temores, Te pido que me fortalezcas y me llenes de Tu paz. Haz que mi temor a Ti crezca, y que esa reverencia la que me impulse a buscar Tu presencia cada día. Ayúdame a vivir consciente, sabiendo que cada momento contigo transforma mi vida. Comprometo mi vida a Ti y a Tu servicio, con el anhelo de ser un reflejo de Tu amor y Tu gloria en este mundo. Que te busque Oh Señor con un corazón sincero y que mis acciones hablen de mi confianza en Ti. Amén
Añadir comentario
Comentarios
Amén 🙏🙏🙏