
“Y Jacob juró por Aquel a quien temía Isaac su padre” Génesis 31:53
En este versículo, vemos a Jacob enfrentándose a Labán, momento crucial en su vida en el que reconoce que su existencia está en manos del Dios de su abuelo Abraham y su padre Isaac. Este no es un Dios distante, sino el Dios que ha hecho un pacto con su familia, un pacto que se sostiene por la fe y la obediencia. Es interesante que Jacob se refiera a Dios como “Aquel a quien temía Isaac”. Esto nos lleva a reflexionar sobre la vida de Isaac, el hijo de la promesa. Dios le había prometido a Abraham que sería su Dios y el de su descendencia en circunstancias que parecerían imposibles, como el hecho de que su esposa, Sara, era estéril y anciana, Abraham creyó y obedeció. A través de esta obediencia modelada por su padre, Isaac fue enseñado a temer a Dios en un sentido profundo: con un temor que es reverente y a la vez transformador, reconociendo la soberanía de Dios sobre todas las cosas.
Isaac presenció la gran prueba de su padre, en el Monte Moriah (Génesis 22). Abandonando todo tipo de duda y cuestionamiento, Abraham se dispuso a obedecer la instrucción de Dios, una acción que no solo reflejó su devoción inquebrantable, sino que también brindó a Isaac una poderosa lección sobre la naturaleza de su Dios: seguirle implica confiar plenamente en Su carácter. En el altar, Isaac no solo observó el profundo temor de su padre, sino que también experimentó en carne propia la justicia y la gracia de Dios al ser salvado de un fin inminente. El cordero que Dios proveyó para el sacrificio se transforma en un símbolo poderoso: el cordero provisto por Dios para el holocausto se convierte en una representación de cómo el sacrificio de Jesucristo nos permite adorar a Dios sin temor a la condenación por nuestros pecados. Así, la obra de Cristo se proyecta hacia nosotros. Él es nuestro Cordero, el que lleva nuestras iniquidades, permitiendo que adoremos a un Dios justo y santo, no en base a nuestras obras, sino a Su gracia. ¿Podemos realmente acercarnos a un Dios tan temible basándonos en nuestras propias justicias y obras? No, no podemos. La única postura aceptable ante Su gloria es la de humildad y reconocimiento de nuestra imperiosa necesidad de la gracia que Él nos ofrece a través del sacrificio perfecto de Cristo. En este entendimiento, encontramos la verdadera libertad para adorarlo en espíritu y en verdad, sabiendo que somos recibidos no por nuestros méritos, sino por Su inmensa misericordia.
Isaac continuó aprendiendo sobre el temor de Dios a lo largo de su vida. Este temor no es un temor paralizante, sino una reverencia que lo llevó a buscar activa e intencionalmente hacer la voluntad de su Dios. La muerte de Abraham no rompió el pacto; al contrario, lo afirmó en la vida de Isaac (Génesis 26:2-4). La promesa de Dios permanece, y la respuesta de Isaac es vivir en un constante aprendizaje del temor y la obediencia a su Creador. Respecto a esto, preguntémonos: ¿cómo respondemos nosotros al llamado de vivir en reverente obediencia, sabiendo que el mismo Dios que se reveló a Abraham y a Isaac actúa en nuestras vidas hoy?
Así las cosas, el temor de Dios, lejos de alejarnos, se convierte en el camino que nos acerca a Su presencia, transformando nuestra relación con Él. Este temor reverente nos permite reconocer tanto nuestra pecaminosidad como la inmensa gracia que nos es ofrecida a través de Jesucristo. Al entender que, aunque somos indignos, en Cristo somos perdonados y aceptados por el Padre como Sus hijos, encontramos la confianza para acercarnos a un Dios santo y justo. De este modo, el temor de Dios nos motiva a vivir en santidad y a buscar Su voluntad, sabiendo que Su amor incondicional nos sostiene y guía en cada paso de nuestro peregrinar terrenal.
Oración: Amado Dios, permítenos confiar en Ti en cada paso de nuestro camino, sabiendo que Tu amor nos sostiene. Que nuestro corazón siempre esté dispuesto a buscarte y a honrarte en todo lo que hacemos. En el nombre de Jesús, Amén.
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Amén 🙏🙏
Amén, Gloria a Dios.