
“A Jehová tu Dios temerás, y a Él sólo servirás” Deuteronomio 6:13
La proclamación de Moisés resonaba en oídos que ya conocían al Único y Verdadero Dios. No eran neófitos en la fe, sino un pueblo marcado por la experiencia, sabedor de que fuera de Jehová no hay otro, y que es Él, precisamente, quien demanda un temor reverente. Es Dios mismo quien les dice, y nos dice hoy: "Teme al Señor tu Dios".
El contexto inmediato de este mandato se encuentra en la forja misma de la nación de Israel. Pero recordemos, que esta formación no fue un proceso idílico, sino un crisol de aflicción. Como relatan los primeros capítulos del Éxodo, el pueblo de Dios, en su crecimiento, despertó el temor de Faraón, quien, en su paranoia, temió que se uniesen a sus enemigos y por ello promulgó su cruel edicto: la muerte de los varones recién nacidos, encomendada a las mismas parteras hebreas. En esa atmósfera opresiva, en medio del sufrimiento que el pueblo de Dios padeciera por la injusticia de Faraón, Dios levanta Su voz y demanda temor, es decir, obediencia. Israel tenía la promesa de ser una gran nación, una promesa que implicaba seguir multiplicándose. Ante el edicto de faraón no dieron lugar a la lógica pragmática de "planificar" o "controlar la natalidad" de su población para apaciguar a Egipto, una mentalidad que, lamentablemente, resuena mucho en nuestros tiempos. Aún las parteras, temieron más a Dios que a Faraón, obedeciendo al Altísimo por encima del poder terrenal. (Éxodo 1:17). Se expusieron a la ira del rey, pero su temor a Dios les hizo bienaventuradas.
Más adelante, cuando Dios comisiona a Moisés para liberar a Su pueblo, y ejecuta Sus justos juicios sobre Faraón y el Egipto idólatra, Faraón en varias oportunidades, doblegado por la plaga, ruega a Moisés que interceda, y Moisés lo hace para que sepan que es la mano de Dios, aunque sabía que ni siquiera así Faraón temería verdaderamente al Señor (Éxodo 9:30) porque su corazón endurecido no le permitiría obedecer el mandato divino de liberar a Israel. Conocemos el desenlace: la liberación de Israel de la esclavitud, un acto de redención en medio de la aflicción. Es en ese contexto, en el que Dios demandó fe y admiración. Después de presenciar las obras portentosas de Dios, el pueblo temió al Señor (Éxodo 14:31). Creyeron que el Dios de sus padres había venido a salvarlos, enviando a Moisés como portador de buenas nuevas. Se regocijaron en el Señor, maravillados por Su grandeza, Su poder, Su amor y Sus promesas cumplidas. Este era el propósito de Dios al salvarlos de manera tan espectacular: que creyeran en Él, que se maravillaran de Él, que vivieran delante de Él, incluso en medio de la adversidad.
Iglesia, la nación de Israel fue formada en medio de la aflicción, y en esa misma aflicción Dios les enseñó Su temor. Les enseñó que Él demanda obediencia a Sus mandamientos, fe y admiración por Sus obras y Su Palabra, e integridad en el llamado que hace a Su pueblo. Es en los momentos de prueba cuando muchos flaquean, cuando nos alejamos de Dios, cediendo al temor del hombre en lugar del temor de Dios. Pero no debe ser así. Dios permite estas pruebas para que aprendamos y ejercitemos el temor reverente, para que obedezcamos, creamos y confiemos en Su Palabra, actuando en integridad, recordando siempre que, por Su gracia, somos el pueblo escogido de Dios y que un hecho mucho más grandioso ha sido hecho por Dios para hacernos pueblo Suyo.
Oración: Padre Celestial, te damos gracias por Tu Palabra, que es lámpara a nuestros pies y lumbrera a nuestro camino. Te pedimos que grabes en nuestros corazones la lección del pueblo de Israel: que, en medio de la aflicción, nuestro temor de Ti se profundice, que nuestra fe se fortalezca, y que nuestra integridad resplandezca para Tu gloria. Ayúdanos a no ceder al temor del hombre, sino a mantener nuestros ojos fijos en Ti, confiando en Tu providencia y obedeciendo Tus mandamientos. Que Tu Espíritu Santo nos capacite para vivir de manera que Te agrademos en todo, siendo testigos fieles de Tu amor y Tu verdad en este mundo. Amén
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