Temor y gracia: la paradoja del Evangelio

Publicado el 9 de marzo de 2025, 2:34

Nos enfrentamos hoy a un concepto a menudo malentendido, una virtud esencial para la vida cristiana: el temor de Dios. No hablo de un miedo servil, de una cobardía paralizante, sino de una reverencia profunda, un asombro reverencial ante la majestad y la santidad de Aquel que nos creó y nos sustenta.

Es crucial comprender que el Dios al que tememos no es una mera proyección de nuestra imaginación, un ídolo formado por la mano del hombre. Él es el Ser trascendente, el único Dios verdadero, infinitamente apartado de toda imperfección y pecado. Su santidad es tan pura, tan radiante, que nada impuro puede permanecer en Su presencia sin ser consumido ¿Cómo, entonces, podemos acercarnos a un Dios tan santo, siendo nosotros pecadores manchados hasta la médula de nuestros huesos? Aquí reside la paradoja del evangelio. Es precisamente nuestra conciencia de pecado, nuestro temor ante la justa ira de Dios, lo que nos impulsa a buscar refugio en Cristo. Como bien dice Job, "He aquí, ni aun en sus santos confía, y ni los cielos son limpios delante de sus ojos" (Job 15:15). Si los mismos ángeles cubren sus rostros ante la gloria de Dios, ¿cuánto más debemos nosotros, pecadores redimidos, acercarnos con humildad y temor?

El temor de Dios, por tanto, no es un fin en sí mismo, sino un medio para un fin. Es la puerta de entrada a la verdadera sabiduría, el principio del conocimiento (Proverbios 9:10). Es un temor que nos lleva a aborrecer el pecado, a buscar la santidad y a caminar por el camino estrecho que conduce a la vida eterna. Este temor reverencial se manifiesta en la confianza. Confiamos en Dios porque le tememos; reconocemos Su poder, Su fidelidad y Su inquebrantable compromiso con Su palabra. Él es nuestro refugio, nuestro pronto auxilio en la tribulación (Salmo 46:1). No debemos temer al hombre, cuyas promesas son frágiles y cuyo poder es limitado. Debemos temer a Aquel que tiene poder para salvar y para destruir (Mateo 10:28).

Muchos temen la ira del hombre, pero ignoran la justa ira de Dios. Pero es precisamente esa ira la que Cristo cargó sobre sí en la cruz, reconciliándonos con el Padre. Por lo tanto, acudamos a Cristo, confiemos solo en Él para nuestra salvación, y vivamos en la luz de Su amor redentor, temiendo a Dios con reverencia y alegría.

Oración: Padre Santo, te doy gracias por revelarme Tu santidad y Tu justicia, que me llenan de asombro y temor reverencial. Reconozco que soy pecador indigno de estar en Tu presencia, pero te agradezco que, en Tu infinita gracia, hayas provisto para mí un camino de reconciliación a través de Cristo. Ayúdame a cultivar un temor de Ti que no me paralice, sino que me impulse a aborrecer el pecado, a buscar la santidad y a confiar plenamente en Tu amor y Tu fidelidad. Que este temor me lleve a vivir una vida que te agrade, glorificando Tu nombre en todo lo que hago. Libértame del temor al hombre y del temor a las circunstancias, y lléname de tu paz que sobrepasa todo entendimiento. Que pueda descansar en Tu promesa de que estás conmigo siempre, protegiéndome y guiándome por el camino de la vida eterna. Amén.

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Comentarios

Shirley García
hace 2 meses

Amén 🙏🙏🙏