
Reflexionemos sobre el clamor del Apocalipsis: "¿Quién no Te temerá, oh Señor, y glorificará Tu nombre? pues solo Tú eres santo; por lo cual todas las naciones vendrán y Te adorarán, porque Tus juicios se han manifestado" (Apocalipsis 15:4). Este versículo no es una sugerencia piadosa, sino una declaración profunda sobre la naturaleza misma de la adoración cristiana.
La adoración verdadera, la que agrada a Dios, nace del temor reverencial, del reconocimiento humilde de Su santidad trascendente. No es una mera formalidad litúrgica, ni un mero despliegue de emociones subjetivas. Es la respuesta apropiada y necesaria a la revelación de Dios en Cristo. ¿Qué significa, entonces, temer a Dios? Como hemos dicho ya, no es un miedo paralizante, sino una reverencia que nos lleva a postrarnos ante Su majestad, a reconocer nuestra pecaminosidad y a abrazar la gracia redentora que nos ofrece en Cristo. Es un temor que nos aparta del pecado, que nos impulsa a buscar la santidad y a conformarnos a la imagen de Cristo. Considerando esto podemos entonces definir la adoración como la expresión visible de este temor interior. Es la proclamación de la gloria de Dios, el reconocimiento de Su soberanía y la entrega total de nuestras vidas a Su voluntad. Es lo que hacemos cuando nos reunimos como iglesia, el pueblo redimido de Dios, para celebrar Su Nombre y renovar nuestro pacto con Él. Pero, ¿qué ocurre con aquellos que no temen a Dios? La respuesta es evidente: no le adoran. Están ciegos a Su belleza, sordos a Su llamado y endurecidos a Su gracia. Viven en la oscuridad, aferrados a sus ídolos y esclavizados por sus pasiones.
La iglesia, por el contrario, es llamada a ser un faro de luz en medio de la oscuridad. Somos llamados a vivir en el temor de Dios, a adorarle en espíritu y en verdad y a proclamar Su evangelio a todas las naciones. Como se nos dice en 2 Corintios 7:1 y 1 Pedro 1:17, debemos limpiarnos de toda contaminación de carne y espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios, y conduciéndonos con temor durante el tiempo de nuestra peregrinación. Creciendo al igual que la iglesia primitiva en paz y en el temor del Señor (Hechos 9:31), así también nosotros esforcémonos por vivir en obediencia a Su Palabra, usando diligentemente los medios de gracia que Él nos ha provisto.
Por lo tanto, examinémonos a nosotros mismos. ¿A quién tememos? ¿A qué adoramos? ¿Qué ocupa nuestros corazones y nuestras mentes? Que el Señor nos conceda la gracia de temerle solo a Él, de adorarle con todo nuestro ser y de vivir vidas que glorifiquen Su Nombre.
Oración: Padre Santo, confieso que a menudo he descuidado el temor reverencial que Te debo. Perdóname por mi orgullo, mi autosuficiencia y mi falta de devoción. Ayúdame a cultivar un temor de Ti que me impulse a aborrecer el pecado, a buscar la santidad y a adorarte con todo mi corazón, mi alma, mi mente y mis fuerzas. Te entrego mi vida, mis dones y mis talentos. Úsalos para Tu gloria, para la edificación de Tu iglesia y para la proclamación de Tu evangelio. Que mi vida sea un testimonio vivo de Tu gracia y de Tu poder, para que otros puedan conocerte y adorarte también. En el nombre de Jesús, mi Señor y Salvador. Amén
Añadir comentario
Comentarios
Amén 🙏🙏🙏