El dolor que nos transforma

Publicado el 26 de marzo de 2025, 3:56

Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos! Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” Filipenses 4:4, 6 y 7

A menudo, se tiende a pensar que el sufrimiento es el arma más poderosa del enemigo, que Satanás lo utiliza para atacarnos y tentar nuestra fe. Pero, hermanos, debemos comprender que, aunque Satanás puede deleitarse en el dolor, en el fondo, él odia el sufrimiento. ¿Por qué? Porque ha visto, a lo largo de los siglos, cómo Dios convierte el mal en bien, cómo lo que el enemigo quiso utilizar para la destrucción se transforma en un medio de gracia. Recordemos el relato de José, quien, a pesar de ser vendido como esclavo por sus propios hermanos y enfrentar años de injusticia, pudo declarar a sus hermanos: “Lo que vosotros pensasteis para mal, Dios lo pensó para bien” (Génesis 50:20). Este es el corazón de nuestra fe: la capacidad de ver la mano soberana de Dios en medio de la adversidad. El apóstol Pablo, encarcelado injustamente, no permitía que su sufrimiento fuera un motivo de desánimo. En lugar de caer en la desesperación, proclamaba desde su celda: “¡Regocijaos!” ¡Qué poderoso es eso! Aquí encontramos una lección clave: cuando nuestra alma es satisfecha en Dios, nada—ni siquiera la persecución y el sufrimiento—puede robarnos el gozo. nuestro deleite en Dios no depende de circunstancias externas, sino de la realidad de la presencia de Dios en nuestras vidas.

Es un hecho evidenciado muchas veces: Dios se muestra magnífico no solo en los días de abundancia, sino también en los momentos de escasez. A veces, nuestras crisis pueden intensificar nuestra búsqueda de Dios, y es en nuestras desolaciones, que podemos descubrir un deleite más profundo y más auténtico en Él. En esos momentos de desesperación y necesidad, cuando confiamos en el Señor y nos regocijamos en Su fidelidad, glorificamos a Dios de una manera que no podríamos si solo estuviéramos disfrutando de Sus bendiciones. Satanás odia vernos enfrentar el sufrimiento con una actitud de gratitud y contentamiento. Cuando enfrentamos el hambre, la necesidad y los desafíos con una perspectiva que honra a Dios, cuando atesoramos las lecciones que el sufrimiento produce en nosotros, el enemigo no puede tener la victoria. Al regocijarnos en la autenticidad de nuestra fe, probada por el fuego, más preciosa que el oro finamente refinado (1 Pedro 1:6-7), nuestra tribulación se convierte en un puente hacia un gozo aún mayor.

En lugar de ser una amenaza al verdadero gozo, el sufrimiento puede convertirse en un medio para experimentar aún más gozo. Como dice Santiago, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas (Santiago 1:2), porque en el sufrimiento, Dios está presente, guiando y moldeando nuestros corazones hacia Él. Por lo tanto, mis hermanos, no permitamos que nuestras circunstancias determinen nuestro gozo. En todo momento y en cada situación, mantengamos una vida de oración y acción de gracias. Regocijémonos siempre en el Señor, porque, al hacerlo, colocamos nuestra confianza en Aquel que está por encima de toda circunstancia, en el Único que puede transformar nuestras penas en gozo indescriptible.

Oración: Señor Dios Omnipotente levanto en esta hora mi voz para exaltar y magnificar Tu gloria, oh Señor cuán maravilloso y refrescante es poder contemplar Tu majestad en medio del dolor y la aflicción. Hoy mi alma se regocija porque cercano estás Tú de mí congoja, mis labios te adoran porque eres grande y Tu poderosa mano sustenta y fortalece mi alma, ciertamente hubiera yo desmayado sino supiera que veré Tu gloria, sino tuviese la certeza de que en ti está el poder para hacer cosas mucho más abundantemente de lo que he deseado o pedido en tu presencia. Amén

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Comentarios

Shirley García
hace un mes

Amén 🙏🙏🙏

Yamileth
hace un mes

Así mismo, gloria a Dios, Ayudanos señor, amén