
“Deléitate en Jehová, y Él te concederá las peticiones de tu corazón” Salmo 37:4
Hoy nos centramos en un mandamiento fundamental que se encuentra en las Escrituras: la exhortación a deleitarnos en el Señor. Este versículo del Salmo 37 es una declaración poderosa que encierra tanto una promesa como un desafío para nuestra vida cristiana. Sin embargo, antes de profundizar en la promesa, debemos considerar un problema que muchos de nosotros enfrentamos. Cuando pensamos en Dios, a menudo podemos encontrar que hay nubes de duda sobre Su carácter, nuestro desconocimiento de Dios nos sumerge en la incertidumbre, creyendo que es posible que Dios no desee aceptarnos. Este tipo de pensamientos es devastador para nuestra relación con el Señor y en nuestra capacidad de deleitarnos en Él.
El profeta Isaías, en Isaías 53:6, nos recuerda una verdad crucial: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas; nos hemos apartado, cada uno, por su camino” Esta es una confesión sobria que nos recuerda que todos, sin excepción, estamos en problemas con Dios. Pero aquí no termina el mensaje de Isaías. Él continúa diciendo: “Y Jehová cargó en Él el pecado de todos nosotros”
Y este es el punto crucial. Desde los tiempos del Antiguo Testamento, Dios ha revelado que tenemos un Salvador, un sustituto, que es Jesucristo. Esta es la verdad que debemos abrazar: si hemos puesto nuestra fe en Cristo, hemos sido reconciliados con Dios. Es esta convicción de que nuestros pecados han sido llevados por Jesús en la cruz lo que nos debe liberar, permitiéndonos acercarnos a Él con confianza. Ahora, cuando nos deleitamos en el Señor, nuestros corazones son conformados a Su voluntad. La promesa que sigue es poderosa: “Él te concederá las peticiones de tu corazón” Pero no debemos malinterpretar esta promesa. No se trata de que Dios se convierte en un genio que concede nuestros deseos egoístas. No, es algo mucho más profundo. A medida que nuestro deleite en Dios crece, nuestros deseos se alinean con lo que realmente es bueno, lo que es eterno, y lo que exalta a Dios… en ese punto Dios nos concede lo que desea nuestro corazón porque nuestro corazón desea lo que es el deseo de Dios.
Por lo tanto, el llamado es claro: acércate a la cruz de Cristo. Encuentra el perdón y disfruta de Su aceptación. Contempla la hermosura del Señor y siéntete satisfecho en Él. Cuando hacemos esto, nuestros corazones se transforman, se llenan de deseos que glorifican a Dios. Aquellos deseos no solo son correctos en sí mismos; son los deseos que Dios desea ver en nosotros. Así que, corre a la cruz. Allí, en la sombra de Su sacrificio, es donde nuestras vidas son cambiadas. Cuando tengamos nuestros ojos centrados en Él, podremos orar con confianza y con una certeza firme de que Dios escucha. Al final, la verdadera alegría se encuentra en conocer y deleitarnos en Dios, quien es la fuente de toda verdad, belleza y bondad.
Oración: amado Dios si tan sólo pudiésemos contemplar Tu hermosura de tal modo que nos apasionemos por ella, pero por causa de nuestro pecado Tú fuiste despojado de toda hermosura para que no te deseáramos desde nuestra carne y por Tu misericordia obras en el corazón de quién Tú escoges para que sean abiertos sus ojos espirituales y pueda contemplar tu majestad con ellos y pueda desearte… oh Señor obra en mi de ese modo, ten misericordia de mí y dame ojos que puedan ver Tu hermosura y un corazón que pueda desearte más que cualquier otra cosa en esta vida, multiplica en mi la necesidad de ti y el deseo de conocerte. Amén
Añadir comentario
Comentarios
Amén 🙏🙏🙏