Más que un sueño

Publicado el 1 de mayo de 2025, 4:12

“Y les sucederá como el que tiene hambre y sueña, y le parece que come, pero cuando despierta, su estómago está vacío; o como el que tiene sed y sueña, y le parece que bebe, pero cuando despierta, se halla cansado y sediento” Isaías 29:8

Es posible que pienses que, si albergas algún deseo de ser cristiano, Dios te recibirá con alegría desbordante. Quizás te identificas poco con la incredulidad porque estás convencido de tu creencia en Dios. Tal vez nunca has considerado que habrá personas en el día del juicio que, al ver a Jesús, le dirán animadamente "Señor, Señor", y, aun así, serán rechazadas por Él (Mateo 7:21–23). Es posible que te sientas seguro porque no eres tan malo como un ladrón o un asesino. Vas a la iglesia la mayoría de los domingos, has orado en muchas ocasiones, incluso siempre que puedes le hablas de Cristo a otras personas. Con todas estas obras, ¿cómo podrías no ser un cristiano y no ir rumbo al cielo?

Pero permíteme advertirte: si Dios no es tu todo en todo, si tu vida no gira en torno a traer gloria a Su Nombre a través de tu obediencia, si en secreto amas el pecado... entonces es imposible que seas reconocido como Su hijo y que tengas entrada al cielo. ¡Que Dios no permita que despiertes de esa ilusión en el lago de fuego! Es demasiado fácil imaginar que estás celebrando en la mesa de gracia y bebiendo del cáliz de la vida eterna, mientras todo es un sueño, como dice Isaías. Si tus razones para sentirte seguro no provienen de la Biblia, te invito a reflexionar sobre esto: ¿sería prudente arriesgar tu eternidad sin un examen claro de cuán seguro estás de estar en el cielo?

Te diré lo que Dios ha revelado en Su Palabra que cambió mi vida. Allí leí que es necesario nacer de nuevo para entrar en el reino de los cielos (Juan 3:3). Leí que amar a Jesús más que a cualquier otra persona —padre, madre, hijos, cónyuge— no es solo para los “súper cristianos”, sino para todos los que siguen a Jesús (Mateo 10:37–39). Vi que Dios se disgustaba conmigo por acercarme a Él solo con mis labios y tener el corazón lejos de Él (Isaías 29:13–14). Comprendí que no puedo ser lo suficientemente bueno como para poner a Dios en deuda conmigo (Lucas 17:10), y que mientras viva para complacer mi carne, no puedo agradarle a Él (Romanos 8:8). Leí que estaba maldecido con razón por no amar a Jesús (1 Corintios 16:22) y que el castigo sería un tormento eterno (Apocalipsis 14:11). Ahí descubrí que Dios no me necesita (Hechos 17:25); incluso si me niego a adorarlo, las piedras lo harán (Lucas 19:40). Aprendí que fui creado para Su gloria, no Él para la mía (Isaías 43:7), y que, si me niego a atesorar a Cristo, a arrepentirme del pecado y a rendirme en gozosa sumisión, Él me escupirá de Su boca (Apocalipsis 3:15–16).

Pero esa no es la historia completa. Allí también leí que, siendo nosotros peores que tibios, el Rey de reyes murió por nosotros (Romanos 5:8). Que, aunque mi pecado y apatía me habían condenado a la muerte, el regalo de Dios es vida eterna en Cristo (Romanos 6:23). Jesús no vino por los que están bien; Su compasión y gracia son para aquellos que están enfermos en su pecado (Lucas 5:31). Leí que Él ofrece al pecador más vil y tibio el perdón absoluto y el placer más allá de lo que podrías imaginar (Isaías 55:6–9). También descubrí que esta invitación fue comprada a un precio inmenso, la sangre del Hijo de Dios (Isaías 53:1–12).

Si has vivido con tibieza espiritual y estás escuchando este mensaje, hay buenas noticias: aún estás a tiempo. ¡Regresa a Él!

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Comentarios

Yamileth
hace 2 meses

Amén. Gloria a Dios.

Shirley García
hace 2 meses

Amén 🙏🙏