El origen del sufrimiento

Publicado el 6 de mayo de 2025, 4:16

De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en  el  desierto,  peligros  en   el    mar,  peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez” 2 Corintios 11:24-27

Al considerar este pasaje me pregunto: ¿por qué Pablo no permitió que su sufrimiento lo apartara de Dios o de su ministerio? ¿Cómo funcionaría nuestro propio corazón si tuviéramos que enfrentar sufrimientos tan extremos? Pablo no estaba sufriendo por un capricho; él había dedicado su vida a obedecer a Jesucristo. Y el resultado de su fidelidad al Cristo crucificado fue el dolor en el camino de la obediencia ¿Cómo responderíamos nosotros ante tales circunstancias? Es trágico ver a muchos cristianos, que una vez fueron fervientes en su fe, alejarse de su comunión con la Iglesia por las dificultades que enfrentan. Podríamos pensar que lo que necesitan es que se les enseñe de que Dios no es la causa de sus miserias, que no deben alejarse de Él como si fuera quien las provocara. Pero pregúntate: ¿qué diría Pablo sobre el origen de su sufrimiento? ¿Atribuiría sus tribulaciones a otra fuente distinta al Dios que servía con devoción?

Pablo conocía la historia de Job, quien sufrió terriblemente. Es cierto que Satanás fue el agente detrás de las calamidades de Job; él fue el que presentó el desafío ante Dios y desató el dolor en su vida (Job 1:6–19; 2:7). Sin embargo, cuando Job reflexionó sobre su sufrimiento, lo atribuyó directamente a Dios: “El Señor dio y el Señor quitó; bendito sea el nombre del Señor” (Job 1:21). Job no gastó su energía pensando en Satanás; él sabía que la soberanía de Dios estaba en todo lo que sucedía. De igual manera, Pablo no consideraba que sus sufrimientos fueran meramente fortuitos o producto de ataques demoníacos. Él comprendía que sus sufrimientos eran parte del plan soberano del mismo Jesucristo, que le había advertido que esto sucedería (Hechos 9:16).

Es una teología defectuosa creer que lo que padecemos es resultado de la mano de Satanás que prevalece sobre nosotros. Esta doctrina causa dolor y fatiga en el corazón de aquellos que se sienten indefensos ante tal realidad. Muchos creyentes viven en la constante búsqueda de un “siervo ungido” que pueda reprender al diablo y otorgarles la paz que anhelan. Pero, ¿es esto realmente bíblico? ¿Es posible que tal doctrina haya sido excluida de la enseñanza de los apóstoles, quienes fueron el cimiento de la iglesia y tenían un entendimiento más profundo del contexto en el que se reveló la Escritura? Para vergüenza de la iglesia de nuestros días, esta creencia se ha convertido en una verdad enseñada sin ningún sustento bíblico, sostenida solamente por experiencias emocionales.

Cuando atribuimos cualquier circunstancia a Satanás, estamos negando la gloria a Aquel que hace salir el sol sobre buenos y malos, quien crea la luz y también las tinieblas, quien da la paz y, también trae la guerra. En última instancia, la verdad es que nuestro sufrimiento es un instrumento en las manos de Dios, un medio para acercarnos a Él y profundizar nuestra dependencia en Su soberanía. Así como Pablo se mantuvo firme a pesar de su dolor, nosotros también podemos encontrar en Cristo la fuerza para enfrentar nuestras propias adversidades, sabiendo que, en todas las cosas, Dios está trabajando para nuestro bien y Su gloria.

Oración: Señor enaltecemos Tu Nombre que es sobre todo nombre, damos a ti honor y alabanza porque Tú gobiernas con poder y autoridad, dichosos los que se esconden al abrigo de tus alas, no tendrán temor del valle de sombra de muerte porque saben que Tú eres quien guarda con celo sus almas, oh Señor dichoso aquel que estando sometido a Tu señorío tiene la certeza que, aunque pase por las aguas, no le anegarán y aunque pase por el fuego, no le quemará. Concédenos tal certeza. Amén

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