
“Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” Mateo 5:3
Después de tres años de estrecho seguimiento a Jesús, el apóstol Pedro, con firmeza en su corazón, miró fijamente a Cristo durante la última cena y le prometió que nunca lo abandonaría. Él expresó su resolución con palabras decididas: “Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré” (Mateo 26:35). Sin embargo, en cuestión de horas, Pedro se encontró en una caída estrepitosa de fe. Fue sincero, tal vez como nosotros lo somos en nuestras promesas de fidelidad a Cristo, pero se apoyó en su propia fuerza. A pesar de su fervor y entusiasmo, el orgullo lo llevó a un fracaso rotundo. Y hoy, la realidad es que nosotros, a menos que nos humillemos y dependamos de la gracia y el poder del Espíritu Santo, podemos caer en la misma trampa.
Ser "pobre en espíritu" es fundamental para vivir la vida cristiana y para establecer un legado a través de nuestros hijos que impacte a las generaciones venideras. La pobreza espiritual de la que habla Cristo es reconocer nuestra total incapacidad sin la intervención constante de Dios en nuestras vidas. Jesús nos recuerda que separados de Él, no podemos hacer nada que tenga valor eterno. Cada uno de nosotros ha sido diseñado para honrar a Dios, no para glorificarnos a nosotros mismos. Aquellos que viven en busca de su propio honor eligen un propósito insignificante para vivir: su propia complacencia. Con necedad, exaltan la obra, la pintura, en lugar de al Maestro. No importa cuán talentosos seamos, cuán ricos o conocedores. En comparación con Dios, nuestras obras son insuficientes. Por eso, necesitamos reorientar nuestras pasiones y energías hacia lo que realmente importa en esta vida, en la muerte, y en la eternidad. Como dice Apocalipsis 4:11: “Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria y el honor y el poder, porque Tú creaste todas las cosas, y por Tu voluntad existen y fueron creadas”.
No busquemos trofeos mundanos que solo terminarán cubiertos de polvo. No nos conformemos con la aprobación efímera de los hombres cuando podemos obtener la del Dios eterno. Solo tenemos una vida; vivirla para nosotros mismos es una impertinencia, y es completamente vano. La verdadera realización se encuentra en darle a Dios la gloria que solo Él merece y entender que Él es la fuente de todo bien para nuestras vidas y para nuestras familias. La vanidad y el egoísmo solo nos llevarán a la insatisfacción y el vacío. Sin embargo, reflejar la gloria de Dios nos mantendrá humildes y agradecidos, listos para ser usados por Él en Su obra, lo cual es el verdadero privilegio.
Por lo tanto, levántate y vive para atraer la atención y la gloria hacia el Señor, a Él y solo a Él. Permanece en Su Palabra, deja que Su verdad renueve tu mente y transforme tu vida. Porque cuando menos te lo imagines, estarás haciendo Su voluntad, no por obligación, sino por verdadero gozo y complacencia. ¡Esto es vivir con propósito! Un estilo de vida así no solo beneficiará tu vida, sino que también impactará a tu familia, dándoles el mejor legado posible.
Oración: "Señor, Tu Palabra confronta mi corazón. No puedo considerarme limpio delante de Ti, porque he vivido para mí mismo, y aun en mis mejores acciones he buscado mi propia gloria en lugar de la Tuya. Perdóname por olvidar que todo lo bueno en mi vida es un regalo inmerecido de Tu generosidad. Perdóname por haber perdido de vista que me has creado para honrarte a Ti y no a mí mismo. Límpiame, Señor, y hazme apto para vivir para Tu gloria en todo lo que haga. Amén
Añadir comentario
Comentarios
Amén