La triunfante promesa del Pastor

Publicado el 27 de mayo de 2025, 3:24

En Juan 10, Jesús se presenta a sí mismo como el buen pastor. El declara: “Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas” (Juan 10:11). Aquí encontramos una enseñanza profunda: la entrega voluntaria y soberana del Hijo para salvar a Su pueblo. Pero no solo eso. Jesús continúa diciendo en los versículos 14 y 15: “Yo soy el buen pastor, y conozco mis ovejas, y mis ovejas me conocen, así como el Padre me conoce y yo conozco al Padre, y doy mi vida por las ovejas” Es importante notar que esta relación de conocimiento y sacrificio no es casual ni superficial. Jesús señala que Su sacrificio —Su muerte en la cruz— se dirige únicamente a aquellos que el Padre le dio en gracia eterna. La base de este sacrificio soberano es, en primer lugar, la elección del Padre. Dios, en Su infinita soberanía, ha dado un pueblo a Su Hijo para que sea redimido, llamado, justificado y puesto a salvo.

Luego, en los versículos 27 al 30, Jesús asegura: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen; y yo les doy vida eterna, y nunca perecerán, y nadie las arrebatará de mi mano.” Este texto revela la seguridad total que tiene en Cristo el pueblo que Él ha llamado. No hay inseguridad en la salvación del creyente; nadie puede arrebatarlas de Su mano porque esa seguridad está cimentada en la autoridad y la fidelidad de Cristo, quien ha sido entregado por el Padre para salvar a Su pueblo eternamente. Aquí, en la figura del gran pastor, vemos la imagen de un pastor que soberanamente salva a Sus ovejas y esto no es solo un consuelo, sino una verdad poderosa que nos enseña que la salvación no depende del esfuerzo humano, sino de la gracia de Dios.

Pero también hay otra realidad: Cristo tiene otras ovejas—otras personas fuera de ese rebaño judío. Jesús dice en Juan 10:16: “También tengo otras ovejas que no son de este redil; a esas también me es necesario traerlas.” La misión de Cristo no termina en la conversión de los que ya están en ese momento en Su rebaño, sino en la expansión de Su gracia a todos los pueblos y naciones. Y aquí radica una gran esperanza para la evangelización. No hay enemistad entre la soberanía divina y la misión humana; ambas trabajan juntas. La promesa es que Cristo, en cumplimiento de Su pacto, traerá a esas ovejas que le son dadas en gracia. La ejecución de esa misión no es solo un acto divino, sino también humano: los que hemos creído y obedecido al evangelio somos los instrumentos de Cristo en la proclamación de ese mismo evangelio. Como dice en Juan 17:18 y 20:21, “Como el Padre me envió, así también yo os envío.”

Recuerden, hermanos, que la predicación del evangelio no es solo un mensaje humano; es la Palabra viva de Dios. Cuando proclamamos la gracia de Cristo en el evangelio, no estamos actuando por nuestra propia fuerza, sino que estamos participando en la obra soberana de Dios. La promesa final es segura: Cristo, el buen pastor, cumplirá Su misión: Él traerá a Sus ovejas y nosotros solo somos testigos fieles de esa verdad. Que esto fortalezca nuestra fe y nos motive a proclamar a Cristo con esperanza confiada, porque toda autoridad en el cielo y en la tierra ha sido dada a Él, y Él cumplirá Su pacto.

Oración: amado Dios antes de la fundación del mundo ya Tú te habías un hecho un pueblo para Ti mismo, en Tu presciencia fuimos amados y escogidos, y hoy me recuerdas una vez más que aún hay otras ovejas que hacen parte de Tu rebaño que están fuera y es necesario traerlas a Tu rebaño. Señor la obra nunca será nuestra, pero que glorioso es poder ser testigoS de cómo Tú mediante la predicación y la proclamación del evangelio llamas y reúnes a Tus ovejas, por tanto, oh Señor heme aquí, concédeme el privilegio de ver la gloriosa obra del evangelio en aquellos que son cercanos a mí. Amén

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Comentarios

Shirley García
hace un mes

Amén

Yamileth
hace un mes

Amén