
“Porque no envió Dios a Su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él. El que en Él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” Juan 3:17-19
Dios, en Su infinita misericordia, no envió a Su Hijo al mundo para condenar, sino para salvar. Esa es la bondad central del evangelio: Jesucristo vino con una misión clara: ofrecer redención, no condenación. Pero es nuestra respuesta al hecho de que Dios nos hubiera amado tanto como para enviar a Su Hijo a tomar nuestro lugar en la cruz lo que evidencia nuestra redención o nuestra condenación… “El que en Él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído” La fe en Cristo trae salvación; en cambio, la incredulidad, que es la verdadera raíz de la condena, deja a todos en su propio pecado y sin remedio. La misma condena no es algo impuesto por Dios de manera arbitraria, sino que es la consecuencia lógica de rechazar la luz que vino al mundo ¿Pero acaso puede alguien dependiendo de su naturaleza escoger la luz, que es Cristo? Dice Pablo hablando a la Iglesia “y Él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados” (Efesios 2:1) muertos, es así como somos alcanzados por la gracia que nos da la vida ¿puede un muerto escoger algo? Dice el salmista: “los muertos no alabarán al Señor” (Salmo 115:17).
Lo que Pablo dice a la Iglesia es que sin Cristo somos como un cadáver, completamente incapaces de hacer la voluntad de Dios, impuros y repugnantes a los ojos de Dios (Romanos 8:6-8) no sólo sin vida, sino enemigos de Dios. Sin la gracia de Dios, TODOS preferirían las tinieblas, porque es lo que somos, por naturaleza hijos de ira (Efesios 2:3). Somos salvos solo por gracia y esa gracia está motivada únicamente por la misericordia de Dios, no por ninguna dignidad en nosotros, no por ninguna buena obra o decisión nuestra. Pensemos en la época de Noé, un tiempo en que la incredulidad y la soberbia alcanzaron un punto culminante, en palabras de Dios “…la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Génesis 6:5) la totalidad del ser: mente, emociones y voluntad; todos gobernados por pensamientos y deseos pecaminosos, totalmente incapaces de producir algo que agradara a Dios… y entonces la Escritura dice: “…Noé halló gracia ante los ojos de Dios” es importante notar que Noé halló gracia antes de que se le describa como un hombre justo y perfecto, porque es la gracia la que nos capacita para ejercer la fe. Por tanto, Dios contempló a Noé justo a consecuencia de Su gracia que le hizo creer y obedecer. Y mientras eso sucedía con Noé, el resto de la humanidad, en su arrogancia, se burlaba de aquel predicador que por más de cien años predicó con sus palabras y su conducta acerca de la justicia divina.
Incluso hasta el día en que Noé entró en el arca, el mundo lo despreció porque aquello que él estaba anunciando era una realidad que nunca se había visto antes. Responder con incredulidad ante lo que escuchaban era algo lógico y racional ¿cómo podría un diluvio ser realidad en un mundo donde nunca había llovido? La humanidad esclava de su naturaleza hacía aquello que es natural para todo ser humano: complacerse en su pecado y en su independencia de Dios. El arca estaba ahí al alcance de todo aquel que quisiera entrar, pero además de Noé y su familia ninguno quiso hacerlo. Pero ¿Podría acaso Noé haber creído y obedecido a la Palabra de Dios si antes Dios no le hubiese concedido Su gracia para hacerlo? Definitivamente no, lo único que diferenció a Noé del resto de la humanidad de su tiempo fue haber hallado gracia delante de Dios. Qué triste es que aquella arca que fue construida para ofrecer redención, no sólo manifestó quienes escaparían de la justa ira de Dios, sino que también hizo evidente quienes serían condenados… no fue Dios quien condenó al mundo que pereció con las aguas del diluvio, no, lo fue el hecho de no haber creído para obedecer al mandato de entrar en el arca.
Tal como sucede hoy… las buenas nuevas son anunciadas: “es posible escapar de la ira venidera que habrá de derramarse” Dios ha pagado el precio de redención de Su pueblo y el mandamiento ha sido dado: “Mirad a mí y sed salvos” (Isaías 45:22) el Hijo de Dios fue levantado para que todos los confines de la tierra miren a Él y sean salvos. Sea que creamos o no, Él será glorificado. Podemos volvernos a Él ahora y ser salvos o Su gloria nos obligará a honrarlo cuando seamos condenados…. ¿Eres consciente de lo que estás rechazando al preferir vivir para tu propia complacencia y gloria?
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