
“Por esta razón la cercaré con espinos. Cerraré su paso con un muro para que pierda su rumbo. Cuando corra tras sus amantes, no podrá alcanzarlos. Los buscará, pero no los encontrará. Entonces pensará: Mejor me sería volver a mi esposo porque con él estaba mejor que ahora. Ella no se da cuenta de que fui yo quien le dio todo lo que tiene: grano, vino nuevo y aceite de oliva; hasta le di plata y oro. Pero ella le ofreció todos mis regalos a Baal” Oseas 2:6-8 NTV
¡Qué trágico y lamentable es cuando los dones de Dios, en lugar de ser utilizados como instrumentos de alabanza y obediencia, son usados contra Aquel de cuya mano los hemos recibido! ¡Cuántas almas descarriadas han convertido las misericordias divinas en instrumentos de rebelión, y han colocado sus bendiciones al servicio de Baal y no para honrar al Único Dios Verdadero! Tal como en la historia de Oseas, vemos cómo la amada de Dios, en su ignorancia, ofreció todo lo que el Señor le dió a falsos ídolos. ¡Qué condenable es cuando tomamos lo que es santo y lo empleamos en la idolatría de este mundo!
Considera qué sucede, con aquellos que, en su abundancia, malgastan las riquezas, la salud y la fuerza que Dios les ha dado ¡Piensan que esconder su vida en las cosas pasajeras es seguro y eterno! Pero recordemos: Dios, en Su misericordia, muchas veces permite que Su pueblo tenga que pasar por la pobreza, por la enfermedad, por la aflicción, para que de estas adversidades aprendan a volver a Él ¡Y qué sabiduría hay en ello! Porque si en la abundancia usamos los dones del Señor para apartarnos de Él, ¡es mejor que esos mismos dones sean seguidos por pobreza y enfermedad, para que no perdamos nuestra alma en la transgresión! Cuanto se parece nuestra realidad a la conducta de Israel. Dios veía que Su pueblo iba inexorablemente camino al infierno con los bolsillos llenos, y para salvarles, Dios dice: “¡Que vayan con las manos vacías!” Y aún más, en su amor infinito, Él, en Su misericordia, los lleva al desierto ¡Sí, hermanos! ¡A un desierto espiritual! Porque allí, en la aridez donde nada distrae, donde nada seduce, es donde nuestro corazón puede centrar en Él su atención. Y qué dulce es ese trato del Señor. En medio de la soledad y la aflicción, Él se revela, y en esa soledad aprendemos a valorar Su presencia más que la riqueza, más que los placeres.
Que misericordia es ser conducidos por la gracia de Dios hacia el desierto, ser conducidos a circunstancias en las cuales nada pueda distraernos y entonces Dios hable a nuestro corazón. Porque en la tribulación, en la aflicción, en la prueba, Dios nos muestra Su misericordia más poderosa, y nos revela que Su amor no nos abandona. ¡Oh, qué gozo, hermanos! ¡Qué alegría tan grande es conocer a Dios y estar satisfechos con Él en los momentos de prueba y sufrir a Su lado! Que podamos, en verdad, escuchar Su voz y responder a Su llamado, diciendo: “¡Señor, tengo sed de ti!” Y que en la soledad como en el banquete, nuestras almas puedan cantar de gozo y comunión con nuestro Dios vivo.
Oración: Señor cuán grande es Tu amor y misericordia para con nosotros, cuán profundo es Tu deseo por nuestro bienestar, en nuestra maldad estamos tan cómodos disfrutando de Tu bendición y usándola para ofender Tu santidad y aún a pesar de ello Tu amor es lo suficientemente fuerte como para despojarnos de todo deleite, afligirnos y usar nuestras lágrimas para limpiar los ojos de nuestro entendimiento para que podamos ver que separados de ti nada podemos hacer, que solamente Tú eres fuente de todo bien. Cuan bienaventurados es aquel que es atraído por Tu amor, separado por el sufrimiento, consolado por Tu Espíritu y que por ello luego canta de gozo. Amén
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Amén, amen