
“Practicad vuestra justicia delante de los hombres, y no esperéis recompensas celestiales de vuestro padre” Mateo 6:1
Jesús nos advierte sobre una tendencia muy común en nuestra actividad cristiana: llamar la atención lo menos posible con nuestras prácticas cristianas. Pero recordemos lo que dijo JC Ryle a aquellos que sienten miedo de defender su fe públicamente: "Nunca se avergüencen de dejar que los hombres vean que desean ir al cielo". No se trata solo de momentos de persecución extrema, sino también de la tendencia a esconder esa ansia de gloria celestial por temor a ser rechazados o humillados en este mundo. Muchas veces buscamos pasar desapercibidos, haciendo las cosas en silencio, como si nuestro deseo de agradar a Dios fuera algo que debe mantenerse oculto, que no puede causar incomodidad a los que prefieren el camino más amplio. Este tipo de cristianismo, que busca disimular su fe y no perturbar el orden establecido, puede parecer valiente en ciertos temas de moda, pero en realidad, es un cristianismo que no muestra su verdadera pasión por la patria celestial. Nuestros antepasados, aquellos que verdaderamente conquistaron el mundo con su fidelidad, no tuvieron miedo de declarar que buscaban una patria mejor, una patria celestial. Hoy, en cambio, muchos prefieren ser "tolerantes" e "incluyentes", ideas que en sus orígenes eran simplemente eufemismos para la cobardía.
Muchos cristianos buscamos agradar a los hombres sin valorar la recompensa divina, y eso, en realidad, no es verdadera virtud. Siguiendo la enseñanza de Caín, hemos tratado muchas veces de hacer del sacrificio un fin en sí mismo, sin pensar en la verdadera meta: el cielo. Pero, hermanos, ¿qué sentido tiene arar en la tierra sin esperar la cosecha? ¿Qué valor hay en luchar sin perseguir un premio eterno? Así como Daniel enfrentó el foso de los leones, nosotros debemos aceptar el costo del compromiso con Cristo, porque sabemos con certeza que la gloria que nos espera no se compara con las dificultades del tiempo presente (Romanos 8:18). Somos conscientes de que el sufrimiento tiene un propósito y un fin, y que nada nos podrá separar del amor de Dios en Cristo Jesús —ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni principados— porque nuestra esperanza está firme en Su promesa (Romanos 8:38-39). Y, hermanos, entender debe llenarnos de valor y de determinación para seguir adelante, sin miedo a las amenazas o a las críticas de este mundo.
El error más grande de la humanidad es pretender ser más santo que Dios, o vivir una vida solo por deber religioso, sin un corazón que arde por la gloria del Único Dios Verdadero. La verdadera vida cristiana no es solo vivir en obligación, sino perderla por amor a Dios para, a cambio, ganarla en Cristo. No estamos llamados solo a sacrificar, sino a mostrar con nuestras vidas que deseamos más que nada estar con nuestro Rey, disfrutando de su presencia por siempre. Vivamos, entonces, con esa claridad en el corazón, mostrando a todos que nuestro mayor deseo no está en las cosas temporales de este mundo, sino en la gloria eterna que nos espera. Hagamos que nuestro vivir sea Cristo para que entonces nuestro morir sea ganancia. Que nuestra vida sea un testimonio visible de la cruz y del amor de Cristo, para que el mundo vea que somos un pueblo de esperanza y de fe en la promesa de una patria mejor.
Oración: amado Señor aun los que van por el camino ancho muestran obras que dan testimonio de bondad e incluso pueden negarse a algunas cosas, pero solo quienes van por el camino angosto trastornan al mundo porque no solo tienen en poco la gloria de esta vida sino que desean una patria mejor, Señor guárdame de ser un soldado que lucha por nada o un atleta que no persigue un trofeo, mi corazón clama por Ti, guárdame oh Señor de ser el hombre espiritual que el mundo quiere que sea, para ser el discípulo que se niega a sí mismo, que toma la cruz para seguirte cada día… que por el gozo puesto delante de mi pueda cada día estar dispuesto a sufrir la cruz y a menospreciar el oprobio para gloria de Tu Nombre. Amén
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Amén