
“Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No hablarás contra tu prójimo falso testimonio” Éxodo 20:2, 16
El noveno mandamiento, nos enseña: "No darás falso testimonio contra tu prójimo" Pero, hermanos, no podemos limitar este mandamiento a una simple prohibición legal ante una corte de justicia terrenal. En realidad, encierra una verdad profunda: la honestidad no es solo una obligación; es la manifestación más genuina de nuestro amor hacia Dios y hacia nuestro prójimo.
La honestidad, hermanos, no es solo una apariencia externa, un cumplimiento superficial de una norma. Es, en realidad, una manifestación viva de nuestro amor hacia Dios, y hacia quienes nos rodean. La honestidad revela quién somos realmente, y qué valoramos en nuestro corazón. La Biblia nos enseña que Dios mismo es la Verdad en Su esencia. Él no miente, no engaña, no falsea. Todo lo que Él dice es verdad plena y perfecta. Por eso, cuando somos honestos, estamos reflejando Su carácter en nuestras vidas, es una forma concreta de honrar Su nombre y Su carácter en cada palabra y acto. La honestidad también es un acto de amor hacia nuestro prójimo. Cuando mentimos, cuando exageramos, cuando tergiversamos la verdad, estamos dañando relaciones, enterrando la confianza, quebrantando la paz y la unidad. La mentira rompe el lazo de amor que debe unirnos. La honestidad, por el contrario, edifica, restaura y fortalece nuestras relaciones, porque buscamos el bienestar del otro y reflejamos el amor que Cristo nos enseñó. El apóstol Pablo dice en 1 Corintios 13:6 que "el amor no se goza de la injusticia, sino que se alegra con la verdad" La verdad no solo es un valor moral, sino una expresión del amor en acción. Cuando decimos la verdad, estamos diciendo al mundo y a nuestro corazón: "Dios es amor y su amor se revela en mi honestidad" La honestidad es, en realidad, un acto de misericordia, porque evita causar heridas, malos entendidos y conflictos innecesarios.
Hermanos, en nuestras acciones diarias —en la familia, en el trabajo, en la iglesia— cada palabra que pronunciamos es un reflejo de lo que realmente amamos. Si amamos a Dios verdaderamente, nuestras palabras serán llenas de verdad y humildad. Si valoramos a nuestro prójimo, evitaremos herirles con mentiras o falsedades. Nuestro testimonio de Cristo en verdad se fortalece cuando vivimos en honestidad, porque muestra que Él habita en nosotros y que Su carácter se refleja en nuestras vidas. Recordemos también la actitud de nuestro Señor Jesucristo, quien en su tiempo fue víctima de calumnias, de mentiras y de falsas acusaciones. ¿Cómo respondió Él? Con silencio, con mansedumbre, con paciencia, confiando en la justicia del Padre. Él, la Verdad misma, soportó la mentira sin responder con maldad, mostrando que Su amor y Su fidelidad estaban en Dios. Como sus discípulos, también estamos llamados a seguir Su ejemplo, a amar la verdad por amor a Dios y a nuestro prójimo. Por eso, hermanos, en tiempos donde la mentira parece cada vez más fácil y la verdad más difícil de mostrar, debemos recordar que la honestidad glorifica a Dios. No necesitamos de la exageración ni de las mentiras para promover Su Reino. Lo que necesita el mundo es ver en nosotros un pueblo sincero, transparente, que refleje la luz de Cristo en cada palabra y acción.
Finalmente, los exhorto: sean personas de palabra. La sinceridad en nuestras palabras es una declaración viva de que Dios es un Dios de verdad, y que en nosotros habita esa misma verdad. Que la verdad, hermanos, sea nuestra marca distintiva como seguidores de Cristo. Que en nuestras palabras y en nuestra conducta, se vea claramente que nuestro amor a Dios y a nuestro prójimo nos impulsa a caminar en luz y en verdad, para Su gloria y honra de Su nombre. Amén.
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