
“Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo” Éxodo 20:2, 17
La codicia es esa inclinación peligrosa que nos lleva a querer para nosotros lo que pertenece a otros. Es una tendencia que, sin darnos cuenta, puede envenenar nuestro corazón y alejarnos del amor verdadero. En los Diez Mandamientos, Dios nos advierte contra ella porque, en el fondo, la codicia revela un egoísmo profundo que destruye relaciones, vuelve insensible nuestro corazón y nos aleja de la gracia de Dios.
La raíz de la codicia y la envidia por lo que otros tienen, no solo nos hace desear lo ajeno, sino que también nos lleva a actuar con egoísmo. La codicia no solo se manifiesta cuando robamos algo que pertenece a otra persona, también es codicia cuando intencionalmente dañamos algo que pertenece a otra persona. Un ejemplo de esto son los múltiples actos de vandalismos que podemos encontrar en medio de nuestras comunidades. Podemos entender que alguien robe porque desea lo que no le pertenece, pero, ¿qué pasa cuando, en mi afán de posesión, también destruyo o deterioro lo que Dios ha dado a otro? La respuesta es en que en el fondo de esa conducta hay una sed insaciable de satisfacción propia, una actitud de "si no puedo tenerlo, que nadie más lo tenga". Es un egoísmo extremo que revela la ausencia de amor, que nos ciega ante la bondad de Dios y de los demás ¿Qué dijo Jesús ante todo esto? Él resumió la ley para nosotros: “amarás a Dios con todo tu corazón y a tu prójimo como a ti mismo”. Cuando verdaderamente amamos, no codiciamos ni buscamos dañar lo que pertenece a otro. Amar en su esencia es querer lo mejor para el otro, alegrarse con sus bendiciones y llorar con sus tristezas. La regla de oro nos lo dice —"haz a los demás lo que quisieras que te hicieran a ti"— nos ayuda a resumir en una sola conducta de vida todos los mandamientos.
¿Por qué Dios se aseguró de incluir este mandamiento en Su Decálogo? Bueno es más que manifiesto que, la envidia y la codicia nacen de un corazón que no confía en Dios. Cuando sentimos envidia, en realidad estamos diciendo: “Dios, no me das lo que creo que merezco,” o “No estás siendo justo conmigo.” Pero el apóstol Pablo nos enseña que en Cristo él aprendió a estar contento en cualquier circunstancia, ya fuera en abundancia o en necesidad. Todo buena dadiva viene de Dios, y en ese reconocimiento, encontramos paz. Así, la envidia desaparece, porque confiamos en la soberanía y la bondad de nuestro Padre celestial. Cuando estamos agradecidos, nos alegramos por los logros y bendiciones de los demás, sin sentir envidia ni interés en la gloria que pertenece a otro. La codicia y la envidia reflejan un corazón insatisfecho, desconfiado y descontento con la gracia divina. Si verdaderamente valoramos lo que Dios nos ha dado, ningún deseo egoísta tendrá espacio en nuestro corazón. Además de esto, la codicia también es la semilla de otros pecados que el Señor aborrece. Esa semilla en nuestro interior puede crecer y producir relaciones dañadas, corazones amargados y alejamiento de Dios. Por eso, el mandamiento final nos advierte: “No codiciarás nada que sea de tu prójimo”. Dios sabe que la raíz de todos estos peligros está en un corazón que no confía en Él, que no está satisfecho con lo que Su bondad le ha dado y que deja que la envidia y la ambición controlen su vida.
Por medio de Su Palabra Dios nos revela cuán grande es nuestra maldad y culpa delante de Él, tal vez esto no nos agrade mucho… pero es un acto de misericordia que Dios nos quite toda esperanza en nosotros mismos y nuestra “bondad” para llevarnos a Cristo, quien cumplió en Su vida perfecta toda esta ley. Jesús no codició, no mintió, no engañó ni dañó a nadie. Él fue sin pecado en todo momento, y al entregar Su vida en la cruz, llevó en sí mismo el peso de nuestra pecaminosidad. Pero también, Él está dispuesto a otorgar el beneficio de Su mérito a todos los que confían en Él ¿Estás dispuesto a confiar en Jesús y a experimentar esa gracia que cambia vidas? Solo en Él encontramos la verdadera libertad y paz interior, que nos lleva a vivir conforme el amor que Dios nos pide.
Oración: Señor, ayúdanos a confiar en Tu amor y a vivir conforme a Tu palabra. Danos un corazón agradecido, libre de codicia y envidia, y que podamos amar a nuestro prójimo como tú nos amas a nosotros. Amén
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Amén