
“En esto conocerán todos que sois Mis discípulos, si tuviereis amor los unos por los otros” Juan 13:35
Queridos hermanos, hoy queremos reflexionar sobre uno de los signos más claros y poderosos de que somos verdaderamente seguidores de Cristo: el amor que nos mostramos unos a otros como hermanos. Jesús nos dejó una enseñanza fundamental: No basta con llamarnos cristianos, con asistir a la iglesia o cumplir ciertas prácticas religiosas; lo que realmente nos identifica como hijos de Dios es ese amor autentico, sacrificial y establecido en la gracia que Él mismo nos ha puesto en nuestro corazón. La gracia de Dios no solo nos transforma, sino que nos llama a vivir en un amor que demuestra nuestra verdadera identidad en Él.
En la enseñanza de Jesús, Él nos dejó una señal clara de cómo reconocer a sus seguidores: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35). Este amor, que va más allá de la simple simpatía o amistad, es un amor profundo, sacrificial y genuino, que solo quienes han nacido de nuevo y experimentado la transformación de Dios en su corazón pueden ofrecer. La Biblia nos enseña que, tras la regeneración, nuestros corazones son purificados por la gracia de Dios. Ya no estamos bajo el dominio del egoísmo ni del orgullo, que siempre amenazan con alejarnos del amor auténtico. Sin embargo, eso no significa que el pecado haya desaparecido por completo: aunque no reina en nuestra vida de manera absoluta, todavía mora en nosotros, buscando alejarnos de Dios e inclinar nuestro corazón hacia caminos egoístas. Por eso, el amor que debemos practicar no es algo que fluye de nosotros por solo ser humanos. Es un amor que surge de la voluntad, ayudados por la gracia del Espíritu Santo. En 1 Pedro 1:22-23, el apóstol nos enseña a poner nuestra voluntad en acción, a decidir amar sinceramente a nuestros hermanos en Cristo, porque hemos sido purificados para ello. La verdadera naturaleza del amor cristiano no es una emoción pasajera, sino una decisión consciente de buscar el bien del prójimo, incluso en circunstancias difíciles. Solo por la acción de Dios en nuestro interior podemos amar de esa manera, con un amor que se desafía a sí mismo y que se sacrifica por los demás. Un amor que no se limita a sentimientos espontáneos, sino que es elección deliberada de la mente y la voluntad, cuyo propósito es reflejar el amor de Cristo, quien se entregó en la cruz por amor a nosotros. Es esa misma gracia la que nos capacita a amar con esa intensidad, a superar las barreras personales que nos limitan y a demostrar al mundo que en verdad somos discípulos de Aquel que estuvo dispuesto a dar Su vida por Sus enemigos.
Amada Iglesia, no basta con sentir amor, sino que debemos decidir amar, con la misma voluntad de Cristo, a nuestros hermanos, incluso a aquellos nos son difíciles de amar. Solo así, cumpliremos con el mandamiento del Señor y mostraremos al mundo que somos verdaderos discípulos de Jesús. Que cada día, sustentados por Su gracia, podamos reflejar ese amor que nos hace ser hijos de Dios y que nuestro testimonio sea luz en medio de la oscuridad.
Oración: Amado Padre celestial, gracias porque en Cristo nos has dado un ejemplo perfecto de amor sacrificial. Gracias, porque en nuestra vida, por medio del Espíritu Santo, has puesto un amor que trasciende nuestras emociones o nos impulsa a buscar el bien de los demás, incluso cuando no nos agradan o cuando no lo merecen. Reconocemos que, por nuestra propia naturaleza, no podemos amar como Tú nos has amado, pero confiamos en Tu gracia y en Tu poder para vivir ese amor cada día. Ayúdanos a decidir amar con voluntad firme, a reflejar en nuestras acciones la grandeza de Tu amor, Oh Señor concédenos la gracia que en nuestras vidas acontezca tal como Tú deseas: que seamos conocidos como discípulos Tuyos por la manera en que nos amamos los unos a los otros. Amén
Añadir comentario
Comentarios
Amén.