
“Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre, y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” Juan 6:35
Estas palabras revelan que en Jesús encontramos la satisfacción plena y verdadera que el alma anhela. Él no solo es la fuente de alimento para nuestro espíritu, sino también el agua viva que apaga la sed más profunda de nuestro ser. Las acciones paralelas de venir a Jesús y creer en Jesús no son dos operaciones diferentes, sino que representan una misma realidad: una entrega total a Cristo como la máxima satisfacción de nuestro corazón. Este pasaje revela que la verdadera fe, la fe que salva de la ira venidera, es más que un conocimiento superficial o un simple acto de confiar. Esta fe implica un recibimiento, un atesorar a Jesús como el Tesoro supremo de nuestras vidas. Como la Escritura implícitamente nos enseña: no es suficiente reconocer a Jesús solo por Sus dadivas o beneficios, sino que debemos reconocerlo como el único que puede satisfacer nuestras almas —el Maná del cielo y el agua viva que sacia toda sed. En Mateo 10:37, Jesús señala que el amor por las cosas creadas o por las personas por encima de Él revela una falta de verdadero amor y fe auténtica: “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí” La fe que salva es aquella que lo coloca a Él en el centro de nuestro corazón, como nuestro Tesoro supremo.
Ahora, es cierto que nuestra confianza en Cristo fluctúa a diario. La fe no es una perfección, sino una disposición del alma —una apertura constante para atesorar a Jesús sobre todas las cosas. Martín Lutero enseñaba que la fe no debe centrarse en la cantidad de obras o sentimientos, sino en la certeza de que Jesús es suficiente, que Él es nuestro máximo gozo y nuestra mayor riqueza. La verdadera conversión, por tanto, consiste en recibir a Jesús no solo como nuestro Salvador y Señor, sino como el único y verdadero Tesoro que satisface el hambre espiritual y la sed del alma. El apóstol Juan nos recuerda en Juan 1:12 que “a los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” recibirle, no solo en un acto de conocimiento o confianza pasajera, sino en una entrega que hace al creyente reconocerse y confiar en Él como el que quita la culpa, provee perdón y satisface el corazón. No basta con recibir a Jesús como un sanador o un proveedor; más bien, debe ser recibido como el todo para nuestra alma hambrienta y sedienta. Solo cuando nuestra alma encuentra en Él su máxima riqueza y alegría, estamos verdaderamente en camino de vivir en obediencia, en gratitud y en paz. Porque, en última instancia, mostrar a Jesús como nuestro Tesoro implica colocar todos nuestros anhelos en Él, confiando en que solo en Su presencia hay plenitud de gozo y descanso para nuestras almas.
¿Estás atesorando a Jesús sobre todas las cosas? ¿O todavía buscas satisfacción en las cosas creadas? La Palabra nos llama a recibirlo plenamente, a confiar en Él y a anhelarle como el único que satisface el alma. La fe verdadera no solo recibe a Jesús como Salvador—quien quita nuestros pecados—sino también como Tesoro, como Agua viva que apaga la sed más profunda en nuestro interior. Solo en esta recepción genuina, en esta entrega rendida, hallaremos el placer duradero y la paz que anhelamos. Porque, en Jesús, verdaderamente, hay plenitud, hay vida, y hay descanso para el alma hambrienta y sedienta.
Oración: precioso Señor y Dios nuestro, es fácil reconocerte y recibirte como ese que es capaz de hacer maravillas en nuestras vidas y librarnos de la ira venidera, cualquiera podría hacer eso, pero no es lo único que Tú esperas de nuestra parte. Tu moriste en la cruz para que nosotros no solo viniésemos a ti para ser saciados, sino para que Te atesorásemos como el Tesoro Supremo en nuestras vidas, perdona oh Señor si no ha sido así, perdona oh Dios si no ha habido tal intención en mí, purifica oh Señor la intención con la que me acerco a ti y obra en mí para que yo pueda reconocerte y atesorarte de tal manera que llegue a amarte con todo el corazón, con todas mis fuerzas, con toda mi alma y con toda mi mente. Amén
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Amén
Amén.