La obra redentora de Cristo

Publicado el 23 de julio de 2025, 4:58

“Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan” Hebreos 10:1

Dios, en Su infinita misericordia, no solo nos dio la ley para señalar nuestro pecado, sino que también nos providenció un camino de redención. En el Antiguo Testamento, los sacrificios de animales y las ofrendas quemadas eran símbolos de la gracia de Dios, que apuntaban hacia una realidad futura: la venida del Salvador. Como dice Hebreos 10:1, los sacrificios temporales eran solo un recordatorio de que se necesitaba un sacrificio perfecto. Y ese sacrificio fue Jesucristo, quien vivió en perfección, tomó sobre Sí el juicio que merecíamos y derramó Su sangre en la cruz para nuestra redención. Jesús no solo pagó por el pecado, sino que también hizo posible la transformación de nuestra inclinación natural. La gracia de Dios, por medio de la obra del Espíritu Santo en nosotros, nos habilita para detestar el pecado y buscar vivir en santidad. No somos solo justificados por la fe en Cristo, sino que también somos santificados, y en nuestro caminar diario, la gracia nos capacita a amar a Dios y a nuestro prójimo de manera auténtica y viva.

La vida cristiana es un combate, por eso Pablo exhorta en Romanos 12:1-2 a no conformarnos a este siglo, sino a renovar nuestra mente y nuestro corazón en la verdad de Dios ¿Y qué hacer en medio de esta lucha? La Biblia nos invita a ser honestos con nosotros mismos, a enlistar nuestros pecados, sin ocultar nada, y presentarlos ante Dios en arrepentimiento genuino. La confesión es el camino hacia la gracia, y en ella encontramos la seguridad de que, por la sangre de Jesús, nuestros pecados son perdonados y nos es otorgado un nuevo comienzo, un nuevo nacimiento. Como afirma John Piper, “El arrepentimiento no es solo un acto hacia Dios, sino una bendición que renueva nuestro corazón y nos conecta con la esperanza del evangelio”. En Cristo, encontramos la esperanza que transforma nuestro pecado en testimonio de Su gracia. No hay pecado tan grande que la sangre de Jesús no pueda limpiar, ni error que Su misericordia no pueda redimir. La obra redentora de Cristo nos recuerda que no estamos condenados a vivir en la derrota, sino llamados a vivir en victoria por gracia, en amor y en obediencia a nuestro Salvador. Como dice 1 Juan 1:9, “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.

Por eso, te animo hoy a que delante de Dios enlistes todos tus pecados, no como una carga que te aplasta, sino como un acto de fe y humildad ante Dios, que siempre recibe con misericordia a quienes se arrepienten y vuelven a Él. Ora, pide perdón y recibe la seguridad del perdón en la sangre de Jesús, quien cumplió la ley perfecta en nuestro lugar y nos dejó un ejemplo de cómo amar a Dios y a nuestro prójimo, que nos llama a vivir en santidad, en amor auténtico, en servicio y en esperanza. Vive sabiendo que no estás solo en esta lucha, que si has nacido de nuevo el Espíritu Santo habita en ti, fortaleciendo tu fe y transformando tu corazón. Recuerda siempre que la gracia de Dios es suficiente para ti, y que, en esa gracia, puedes avanzar con confianza, viviendo un amor que glorifica a Dios, edifica a tu prójimo y llena de gozo tu alma. Porque la verdadera esperanza no está en tu capacidad de cumplir la ley, sino en la fidelidad y el amor inmenso de Aquel que vino a buscarte, perdonarte y transformarte para Su gloria.

Oración: amado Dios, te doy gracias por Tu infinita misericordia y por la obra perfecta de Jesucristo, mi Salvador. Reconozco que, por mi propia fuerza y capacidad, nunca podría cumplir Tu ley ni obtener la redención de mi culpa. Gracias por Cristo, quien tomó mi lugar, derramó Su sangre y me ha dado una esperanza segura y eterna. Ayúdame a vivir en humildad, confesando mis pecados y confiando siempre en Tu gracia. Que el Espíritu Santo me fortalezca en la lucha diaria, y que en todo mi andar y vivir glorifique Tu nombre, viviendo en amor, santidad y obediencia, para Tu honor y alabanza. En el nombre de Jesús, amén

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Comentarios

Shirley García
hace 9 horas

Amén

Yamileth
hace 8 horas

Amén. Ayúdanos señor