
“Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer” Génesis 2:16
Dios, en Su soberanía y gracia, creó al hombre bueno y perfecto, como lo enseña Génesis 1:31: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera”. Desde el inicio, Su plan fue que el ser humano le glorificara y gozara de Su presencia para siempre, dotado de libre albedrío para escoger amarle voluntariamente. La libertad que Dios entregó a Adán y Eva era un regalo de Su gracia, una oportunidad para vivir en obediencia y comunión con su Creador. Sin embargo, en la tentación, Satanás sembró duda en su corazón acerca de la bondad de Dios, y ambos eligieron desobedecer, rompiendo el mandato divino. La consecuencia fue la entrada del pecado, la muerte y la corrupción en toda la creación, rompiendo la perfección con que fue creada. Como dice Romanos 5:12, “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y la muerte por el pecado, y así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”. Desde ese momento, la humanidad vive bajo la sombra del pecado, luchando con su naturaleza caída, incapaz de hacer el bien por sí misma, como Pablo expresa en Romanos 7:15-20: “Porque lo que quiero, eso no hago; pero lo que aborrezco, eso hago”.
A pesar de esta realidad dolorosa, el Evangelio ofrece una esperanza firme. Dios no nos abandonó en nuestro destierro fuera del Edén, sino que prometió un Redentor. Jesús es esa esperanza que restaura nuestra naturaleza y derrota el poder del pecado y la muerte. Como afirma Isaías 9:6, “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado; y el principado sobre Su hombro… y Su nombre será: … Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre eterno, Príncipe de Paz”. La obra de Cristo en la cruz y Su resurrección aseguran que, en Él, habrá restauración total y perfecta cuando Él vuelva a reinar, llevando la gloria de Dios a Su plenitud en la nueva creación. Así que, en medio del dolor, el quebrantamiento y la corrupción, podemos tener una esperanza viva, porque en Cristo tenemos la promesa de una restauración definitiva. La nueva creación será como Dios la diseñó desde el principio: sin maldad ni sufrimiento, para Su gloria y nuestro gozo eterno. Como dice 1 Corintios 15:54, “Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria”. Por ello, amada Iglesia, mantén tu mirada en Cristo, en la esperanza de la gloria futura, y recuerda que, aunque el pecado y la muerte parecen dominar, la soberanía de Dios asegura que todo será restaurado. La obra redentora de Cristo asegura que el mal no tendrá la última palabra, y que, en Su perfecta voluntad, todo será como Él quiso desde la eternidad.
Oración: Señor Dios, Padre de misericordia, te alabamos por Tu soberana gracia y por la promesa de nuestra restauración en Cristo. Ayúdanos a confiar en Tu plan perfecto, a resistir la desesperanza y a caminar en fe, sabiendo que en Ti hay esperanza garantizada por Tu infinita gracia. Que nuestro corazón se silencie ante Tu promesa de la gloria futura y que nuestras vidas reflejen ahora la esperanza de la redención final, para Tu gloria y honra, en el nombre de Jesús. Amén
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Amén
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