Justicia y gracia en un mismo lugar II

Publicado el 31 de julio de 2025, 5:08

“… En tiempo aceptable te he oído, y en día de salvación te he socorrido. He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” 2 Corintios 6:2

La historia del conflicto y la búsqueda de justicia en nuestro país refleja la profunda necesidad humana de reparación y reconciliación. La violencia que sembró miedo, separación y dolor en tantos corazones evidenció la imposibilidad de la justicia humana de aliviar completamente las heridas producidas por años de guerra. Sin importar cuan perfecta pretenda ser la justicia terrenal, no puede igualar la justicia que se revela en la cruz de Cristo. Dios, en Su infinita sabiduría, unió Su justicia y misericordia en la obra redentora de Su Hijo, demostrando que solo en Cristo podemos encontrar verdadera reconciliación con Él. La cruz no es simplemente un símbolo religioso, sino el acto supremo donde la justicia de Dios se cumple y Su misericordia se extiende. Ahí, la ira justa de Dios contra el pecado se despliega, pero también Su gracia, que nos limpia y redime. Como hemos aprendido: la misericordia de Dios no excluye Su justicia, sino que la satisface en Cristo, y en esa perfecta satisfacción encontramos la esperanza y la paz.

La justicia exige el castigo por el pecado, pero la misericordia ofrece perdón a aquel que confía en Cristo. Esa dualidad no se opone, sino que se complementa en la cruz, donde Cristo recibe en Su cuerpo el castigo que merecíamos, y con ello, abre para nosotros la puerta a la reconciliación con el Único Dios Verdadero. Lastimosamente, en nuestros días nos enfrentamos a una visión reducida del evangelio, vemos la cruz como una simple pieza decorativa o como una tradición cultural. Pero, si en verdad comprendemos la magnitud de la obra redentora, debemos reconocer que en ese acontecimiento se manifiesta la majestad y la santidad de Dios. La justicia divina no fue negada ni calmada; fue plenamente satisfecha en la muerte y resurrección de Cristo. La obra de Cristo no solo satisface la justicia, sino que también desafía nuestra comprensión del amor divino, porque Dios mismo paga el precio para salvar a Sus criaturas pecadoras.

Por ello la gravedad del pecado no puede ser subestimada. La justicia de Dios exige que el pecado sea castigado, y eso sucedió en la Cruz, donde Jesús tomó nuestro lugar. Pero también en esa misma cruz, la misericordia de Dios nos invita a confiar en Su corazón de amor y gracia. La obra perfecta de Cristo nos muestra que no hay mayor expresión de justicia que pagar el precio que merecemos, y que no hay mayor muestra de misericordia que ofrecer el perdón a pecadores abatidos y arrepentidos. La misericordia de Dios no solo es un regalo, sino también un llamado a vivir en gratitud, en obediencia y en búsqueda constante de Su santidad. Hoy te exhorto a mirar a la cruz, ese lugar donde la justicia y la misericordia de Dios se encontraron. En ese acto de amor infinito, Dios ofrece perdón, vida y esperanza a todos los que creen, sin mérito alguno, solo por Su gracia. La invitación continúa vigente: acepta la justicia de Cristo y recibe la misericordia que solo Él puede ofrecerte, para que puedas vivir en paz con Dios y con tu prójimo.

Oh Señor, que Tu amor infinito nos motive a vivir cada día en arrepentimiento, en gratitud y en obediencia, confiando plenamente en Tu gracia y en la obra redentora de Cristo. Que podamos reconocer siempre en la cruz Tu perfecta justicia y misericordia, y hallar en ella consuelo y esperanza eterna. Amén.

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Comentarios

Shirley García
hace 16 horas

Amén