
Imagina un tribunal donde un acusado admite su culpa por un crimen grave. Pero, en un giro improbable, su amigo, también culpable, propone pagar en su lugar. El juez, inmediatamente rechazaría esa propuesta ¿Por qué? Porque la justicia demanda que cada culpable pague por sus propios delitos.
La justicia de Dios es aún más estricta y perfecta: ningún pecador culpable puede pagar sus crímenes con su propia perfección, porque todos hemos fallado en cumplir la santidad que Dios demanda. Somos culpables de alta traición (Romanos 3:23) y la justicia de Dios exige un castigo: la muerte (Romanos 6:23). Por eso, el pecado requiere una expiación que ningún hombre puede proveer, solo puede ser pagada por alguien que tenga el valor y la justicia suficiente para hacerlo: un ser humano perfecto, sin pecado, que pueda satisfacer la demanda completa de justicia divina. "Porque Dios no mira como mira el hombre" (1 Samuel 16:7), y Su justicia exige justicia perfecta. En el Antiguo Testamento el sistema de sacrificios era solo sombras meramente temporales, que apuntaban hacia algo mejor: la obra perfecta de Cristo. El sacrificio de animales, no podía borrar los pecados de manera permanente. La sangre de animales no igualaba el valor de un alma humana creada a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:27). Por eso, el Evangelio presenta a Jesucristo como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1:29). En Cristo la justicia y la misericordia se encuentran en una reconciliación perfecta.
Pero, ¿cómo puede un solo ser humano pagar por los pecados de toda la humanidad si todos somos pecadores? solo un ser humano perfectamente justo y, aún más, completamente divino, puede satisfacer la justicia de Dios y ofrecer perdón. Dios Padre, en Su infinita gracia, envió a Su Hijo para pagar en nuestro lugar, pagando la deuda de nuestro pecado con Su propia vida. En la cruz, Cristo derramó Su sangre en una obra perfecta y definitiva. La justicia divina exige que el pecado sea castigado, y esa demanda fue satisfecha en la cruz, en la persona de Jesús. La gracia de Dios, entonces, no significa que se ignore el pecado, sino que Dios, en su justicia, ha provisto un medio en el que la justicia y la misericordia se cumplen simultáneamente. La obra de Cristo en la cruz es la única solución verdadera y eterna para nuestro problema de pecado. Como dijo R.C. Sproul, "La cruz de Cristo es el acto supremo de justicia y misericordia; Dios no solo perdona, sino que también justifica, satisfaciendo Su justicia en la obra de Su Hijo".
Por eso, te invito a buscar en Cristo esa expiación definitiva y perfecta. No pongas tu esperanza en sacrificios insuficientes, ni en tus buenas obras, ni en tus esfuerzos. La justicia de Dios, que exige condena, fue satisfecha en la cruz, y en esa obra encontramos paz y perdón. Como dice Isaías 53:5, "Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestras iniquidades; el castigo de nuestra paz fue sobre Él, y por Su llaga fuimos nosotros curados". En medio de nuestra condición pecaminosa, la gracia de Dios nos invita a volver a Él en humildad y fe, confiando plenamente en que Cristo pagó por nuestros pecados de manera definitiva y eterna. Entonces, te pregunto ¿estás buscando en otros medios una expiación que nunca podrá satisfacer a Dios? ¿O te rendirás en humildad ante el sacrificio de Cristo, nuestro único y suficiente Salvador? La invitación aún está vigente y la puerta aún está abierta: ven a Cristo reconociendo que nunca has podido y que nunca podrás por tu propio esfuerzo vivir para Su gloria… ven a Él con una fe humilde reconociendo tu total incapacidad y tu profunda necesidad de redención, de ser hecho una nueva creación. Oh tu que me escuchas no pienses que porque no eres tan malo como otros tienes esperanza, si no te rindes al señorío de Cristo estarás sin Dios y sin esperanza en esta vida y en la eternidad… no será un hombre el que te juzgue, sino Aquel que ha sido testigo de cada palabra, cada intención, cada pensamiento y obra que has hecho ¿Cómo escaparás de la ira del Único Dios Verdadero?
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Amén