
“¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” Romanos 7:24
Al leer estas palabras de Pablo, nos sentimos identificados en nuestra condición pecaminosa. Reconocemos la deuda que pesa sobre nosotros y la imposibilidad de saldarla por nosotros mismos. Somos criminales seriales, merecedores de condenación eterna y separación de Dios. Nuestra ofensa contra el Rey de reyes exige justicia plena. Aunque hemos hablado de la gracia maravillosa de Dios, en la cual alguien pagó por nuestros pecados, es fundamental entender quién es ese mediador perfecto y digno de pagar la deuda que no podíamos pagar.
Como hemos aprendido los sacrificios de animales en el Antiguo Testamento eran sombras meramente temporales, que señalaban hacia un sacrificio mayor. La sangre de los animales no tenía suficiente valor para borrar nuestros pecados, porque, como afirma Hebreos 10:4"la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados". La realidad es que ningún animal creado por Dios puede pagar la deuda de un pecador. La víctima debe ser del mismo valor que la ofensa, y solo el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, tiene un valor suficiente. Pero, dado que todos los seres humanos nacemos con una naturaleza pecaminosa—como dice Romanos 5:12, "Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte"—, ningún humano ordinario puede ser el mediador. Necesitamos Uno que sea plenamente humano y, a la vez, plenamente Dios. Solo así puede pagar una deuda infinita. La Biblia revela en Juan 1:14 que "el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros". Solo un ser que es plenamente Dios y plenamente hombre puede ser nuestro mediador. Martín Lutero afirmó: "Cristo es nuestro mediador y otorgador de justicia, la unión de lo divino y lo humano en una sola persona". Solo Jesús, pudo vivir una vida perfecta y ofrecerla como sacrificio suficiente para satisfacer la ira de Dios, como dice el apóstol Juan en su primera carta; “Él es la propiciación por nuestros pecados”.
Dios en la carne—Jesucristo—cumplió los requisitos: la pureza, la justicia y el valor infinito. Como dice Hebreos 4:15, "porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino Uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado". Pero, ¿cómo podemos estar seguros de que Cristo pagó la deuda completamente? La resurrección de Jesús al tercer día es la prueba definitiva de Su victoria sobre el pecado y la muerte. Juan 10:18 dice: "Nadie me quita la vida, sino que yo la pongo voluntariamente", refiriéndose a Su autoridad y poder para vencer. La resurrección confirma que Su sacrificio fue aceptado por el Padre, del mismo modo que la salida del sacerdote del lugar santísimo en el gran día de la expiación era la confirmación que el sacrificio por el pecado había sido aceptado por Dios (Levítico 16) dijo R. C. Sproul "Cristo fue llevado a la cruz para pagar la deuda del pecado, y Su resurrección es la prueba de que esa deuda quedó totalmente saldada"
Ante esto, la Biblia nos llama a responder en fe. El evangelio es una invitación a reconocer nuestra miseria espiritual (no tenemos la capacidad para cumplir lo que Dios demanda de nosotros), también es una invitación a aceptar la obra de Cristo y vivir en obediencia por gratitud. Hoy, te invito a reflexionar: ¿estás confiando en tus propios esfuerzos para salvarte? ¿O reconoces que solo en Cristo encuentras la expiación perfecta y definitiva para todos tus pecados? La gracia de Dios te llama a abandonar toda esperanza en lo que tú puedas hacer y a poner tu fe en el sacrificio infinito de Jesús, del mismo modo que el arca de Noé llamaba a aquella generación a no quedarse afuera. Dijo J. I. Packer "en Cristo, Dios conquistó la justicia y la gracia en una sola obra" La respuesta está en tus manos. ¿Aceptarás hoy el regalo de la gracia? La invitación está abierta: ven a Cristo y recibe vida y poder para que ya sea que comas o bebas o hagas otra cosa puedas hacerlo para la gloria de Dios (1 Corintios 10:31)
Añadir comentario
Comentarios
Amén.