
“No temas, porque yo te redimí; te puse nombre; mío eres tu… Todos los llamados de mí Nombre; para gloria mía los he creado, los formé y los hice” Isaías 43:1, 7
Desde la caída en el Edén, la humanidad ha estado marcada por un corazón rebelde que prefiere buscar su propia gloria en lugar de darle a Dios la gloria que le corresponde. La historia de la torre de Babel refleja esa rebelión: los hombres quisieron “hacerse un nombre” y llegar hasta el cielo, buscando su propia exaltación y autonomía, en lugar de humillarse ante Dios. Jesucristo vino a redimirnos y a restaurar esa gloria que se le robó a Dios por causa del pecado. En Mateo 5:16, Jesús exhorta a Sus seguidores: “Así brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”. Esto no es una simple recomendación, sino un mandato para vivir en alineación con Su propósito eterno: que la gloria de Dios sea visible en nuestras vidas en cada acción, en nuestro carácter, en nuestros esfuerzos diarios. Dios no busca nuestra obediencia por egoísmo ni porque le guste controlar o limitarnos; Él sabe que, al establecer Su voluntad y Sus mandamientos, está diseñando un camino que conduce a la felicidad verdadera y duradera. La Biblia enseña claramente que vivir para la gloria de Dios no es una carga, sino una fuente de todo bien. Cuando vivimos en línea con Su propósito, estamos en camino de experimentar plenitud, paz, salud espiritual y bienestar en todas las áreas de nuestra vida.
Desde los primeros capítulos del Génesis, vemos que Dios creó al hombre para reflejar Su gloria y vivir en comunión con Él. La caída truncó ese diseño perfecto, pero desde entonces, Su plan redentor busca reconciliarnos con ese propósito original: glorificarlo en todo y vivir en temor reverente y amor constante a Su nombre. Esa fidelidad no es solo una obligación, sino también la vía por la que nuestro corazón se llena de paz y nuestras vidas encuentran significado duradero. El corazón que teme a Dios y guarda Sus mandamientos no es un corazón esclavizado, sino uno que ha sido liberado. Porque en esa fidelidad, encontramos la verdadera libertad, esa que Dios promete a quienes le aman y obedecen: “para que a ellos y a sus hijos les vaya bien para siempre” (Deuteronomio 5:29). Es un deseo lleno de misericordia, no un capricho. Viviendo para Su gloria, encontramos la verdadera satisfacción y la paz que el mundo no puede dar. Como Romanos 8:28 nos recuerda: “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien”. Vivir para Su gloria no solo honra a Dios, sino que también nos conduce a nuestro verdadero bien.
Mateo 6:33 dice: “Buscad primeramente el reino de Dios y Su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” el corazón que teme y guarda los mandamientos de Dios en todo momento es el que descubre que vivir para Su gloria es la clave para una vida plena. Cuando el corazón se vuelve reverente y obediente, experimentamos la bendición de la presencia de Dios en cada aspecto de nuestra existencia. Esa es la verdadera riqueza, la verdadera salud, el bienestar que Dios quiere para Sus hijos: un corazón que le teme, le ama y le glorifica en todo.
Oración: Oh Señor que Tu misericordia alcance nuestras vidas y nos guíe a un verdadero arrepentimiento que produzca en nosotros un deseo genuino de vivir para gloria y honra de Tu Nombre. Amén
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