
El ministerio de Jesús inició con una convocatoria radical: ¡Arrepiéntanse de sus pecados y vuelvan a Dios, porque el reino del cielo está cerca! (Mateo 4:17) Este llamado, lejos de ser una simple fórmula para iniciar la vida cristiana, revela la gravedad y la belleza del camino que Dios propone para Su pueblo. El arrepentimiento, entendido correctamente, es un cambio de mente y de corazón forjado por el Espíritu, que desemboca en un cambio de dirección, de hábitos y de modo de vivir. No es una mera emoción pasajera ni un remordimiento superficial; es un giro efectivo del ser hacia Dios, una renuncia a lo que nos aparta de Él y una búsqueda intencional de Su voluntad.
En el sermón de monte, más particularmente en las Bienaventuranzas de Mateo 5, Cristo nos ofrece una radiografía del arrepentimiento genuino. Jesús declara bienaventurados a aquellos que reconocen su pobreza espiritual (Mateo 5:3): una conciencia de dependencia total de Dios que rompe con la autosuficiencia. Este reconocimiento es el primer paso hacia una vida transformada. Muy pronto, la enseñanza añade: “Bienaventurados los que lloran” (Mateo 5:4). No se trata de una lágrima empañada por la tristeza aislada, sino de un dolor espiritual por el pecado que desgarra la relación con Dios. Este llanto no es auto conmiseración, sino la apertura de un corazón que se da cuenta de su necesidad y que clama por la intervención divina ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? (Romanos 7:24) En este marco, la mansedumbre emerge como un deseo de ser gobernado por otro. No es pasividad, sino una sumisión activa ante la soberanía de Dios. El arrepentimiento profundo no nace de la aprobación de los demás ni de un mero sentimiento de culpa; nace de un diálogo sincero con el Señor: “Señor, contrólame. Estoy cansado de conducir mi propia vida”. Este clamor refleja una humildad que reconoce que la vida que construimos sin Dios resulta vacía y quebrantada ante Su santidad.
Sin embargo, vivimos en una época que a menudo celebra el crecimiento rápido de las congregaciones, los métodos brillantes y las grandes ideas “evangelísticas”, mientras que el arrepentimiento se percibe como una rareza. Allí es donde la palabra de Santiago cobra vitalidad: “Acercaos a Dios, y Él se acercará a vosotros. Limpiad vuestras manos, pecadores; y vosotros de doble ánimo, purificad vuestros corazones. Afligíos, lamentad y llorad; que vuestra risa se torne en llanto y vuestro gozo en tristeza” (Santiago 4:8-9) El arrepentimiento auténtico no es remordimiento pasajero; es una transformación de la mente que se traduce en una nueva dirección de vida. Es, en palabras del apóstol, una renovación de la voluntad que se refleja en acciones y en un compromiso profundo y cotidiano con la verdad de Dios. ¿Qué significa, entonces, arrepentirse en el contexto de la vida cotidiana? En primer lugar, implica una revelación de la gloria de Dios que deshace nuestro orgullo y nos desarma ante Su santidad. En segundo lugar, llama a una renuncia de aquello que nos aleja de Cristo: hábitos, prioridades y afectos que compiten con la supremacía de Jesús. En tercer lugar, abre la puerta a un anhelo genuino por Cristo y por la voluntad del Padre: “comprar la perla de gran valor” (Mateo 13:45-46) renunciando a aquello que nos impide poseerla plenamente. Este deseo es la semilla de una vida de obediencia que fluye de la gracia y de la obra del Espíritu en el creyente. Porque como enseñó Tim Keller: “El cristianismo no es una mejora moral de la persona, sino la reconciliación de una persona caída con la gloria de Dios; y el arrepentimiento es la puerta de esa reconciliación”
Oración: Amado Dios, te imploramos que, en Tu iglesia en todas las naciones, se revele de modo claro lo lejos que estamos de Tu gloria y lo hondo de nuestra caída. Solo Tú puedes efectuarlo. Anhelamos un avivamiento auténtico, impulsado por la obra de Tu Santo Espíritu. Señor, lloramos ante esta realidad y te suplicamos que traigas un espíritu de arrepentimiento profundo, para que Tu Palabra derribe todo lo que se levanta contra ella. Líbranos de un arrepentimiento superficial que confiesa el pecado, pero no cambia de vida, y del ciclo de volver al mismo error. Haz evidentes nuestras faltas de arrepentimiento genuino y rompe nuestros corazones por causa ello. Te suplicamos, Señor, que Tu Espíritu produzca en Tu iglesia un avivamiento sobrenatural de arrepentimiento. Amén.
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