
“Engrandeceré a Dios con acción de gracias. Esto agradará al Señor más que un buey o un toro con cuernos y pezuñas” Salmo 69:31
Esta afirmación desplaza nuestro entendimiento típico de la adoración hacia una verdad central y radical: Dios es honrado cuando reconocemos Su soberanía y nuestra indigencia ante Él. La ofrenda que agrada a Dios no es una muestra de nuestra riqueza, sino un reconocimiento de Su don y una apertura de nuestro corazón para recibir Su misericordia. Entonces, la raíz de la gratitud empieza con reconocer a Dios como Dador. Ahora, nuestro problema no es la falta de regalos materiales, sino la tendencia a ver la adoración como una transacción que favorece a Dios. Pero, como recuerda la Escritura, “mía es toda bestia del bosque, y los millares de animales en los collados” (Salmo 50:10). No podemos comprar ni enriquecer a Aquel que le pertenece todo.
Una verdadera ofrenda de acción de gracias nace cuando el dador reconoce que Dios ya es el propietario de todo y que nosotros dependemos de Su misericordia. El acto de agradecer es, en realidad, un reconocimiento de nuestra postura de receptor ante un Dador generoso. La actitud correcta en la adoración es la humildad que magnifica a Dios. La verdadera adoración no busca dar a Dios algo que Su riqueza necesitaría, sino someterse al plan de Dios y reconocer Su soberanía. Esto implica romper con la autosuficiencia y aceptar el papel de receptor de Su misericordia. En este marco, la acción de gracias se convierte en un acto revolucionario: no engrandece al yo, sino a Aquel que es digno de toda alabanza. Es un reconocimiento de que la gloria de Dios es mayor que cualquier logro humano. La gracia transforma la experiencia de la gratitud, especialmente para quienes cargan con el peso de la culpa y la fatiga de la autosuficiencia. Estas palabras traen “buenas noticias”: la gracia de Dios no se alcanza por méritos, sino que se recibe por la fe en Aquel que ya dio todo en Cristo. Cuando una persona comprende que su dignidad no proviene de su logro sino de su relación con Dios, surge un agradecimiento que cambia la vida: gratitud que se manifiesta en acciones, palabras y actitudes que glorifican a Dios.
Por tanto, la adoración que honra a Dios surge cuando nos reconocemos como criaturas que dependen de Su misericordia y gloria. Por ello la gloria de Cristo debe ser el centro de toda adoración y nuestra gratitud el fruto de la satisfacción en la gloria de Dios. Iglesia, la gracia y la misericordia deben transformarnos de modo que nuestras obras broten de un corazón renovado, y esa renovación se manifiesta en nuestra humildad ante la provisión divina. ¡Oh cuán necesario es que nuestras vidas honren a Dios a través de la humildad!, esta es la razón por la cual la verdadera fe, la gratitud, y la adoración no busca el reconocimiento humano ni la auto exaltación, sino la gloria de Dios y la experiencia de Su gracia en nuestras vidas.
Oración: oh Señor el corazón de piedra es inexpugnable para mí o para cualquier ser humano. Pero tú has prometido quitar el corazón de piedra y poner un corazón de carne, has prometido convertir la dureza en tierno gozo. Dios Todopoderoso, que nada en mi vida te impida realizar esa transformación radical para hacerme una nueva creación, para que a partir de este día yo pueda vivir magnificándote con acción de gracias. Amén.
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