
“Guárdame, oh Dios, porque en ti he confiado. Oh alma mía, dijiste a Jehová: Tú eres mi Señor; no hay para mí bien fuera de Ti” Salmo 16:1-2
Este pasaje de oración y confesión nos revela dos verdades profundas cuando enfrentamos peligros, tensiones y dudas: la realidad de los peligros reales, tanto externos como internos, y la necesidad de buscar refugio en Dios, especialmente ante nuestra mayor amenaza, la incredulidad en nuestro propio corazón.
Buscar refugio significa encontrar un lugar donde podemos bajar la guardia, descansar y confiar en que alguien más fuerte y fiel vigila. No se trata de evasión, sino de un encuentro con Aquel que puede sostenernos cuando todo lo demás tambalea. En esa dirección, la oración “Protégeme, oh Dios, pues en Ti me refugio” se convierte en una declaración de dependencia radical. Los peligros pueden ser externos, como enemigos que conspiran, calumnias, persecución, enfermedad o pérdida de bienes. También pueden ser internos: tentaciones, miedos, dudas y deseos desordenados. Pero la mayor amenaza no es lo que venga de fuera, sino lo que permanece dentro de nosotros: la incredulidad. Cuando nuestra tendencia es confiar más en planes humanos, en seguridad material o en nuestra propia capacidad de control, dejamos de mirar a Dios y empezamos a depender de nosotros mismos. La confianza que propone Salmo 16 no es una ingenua esperanza en lo que podría salir mal, sino una fe que se apoya en la soberanía y la bondad de Dios, reconociendo que nuestra incredulidad es la verdadera batalla que debe ser vencida día a día.
Buscar refugio en Dios requiere una acción deliberada: orar con honestidad, pedir claridad y humildemente ceder el control a Aquel que tiene el mañana en Sus manos. Es filtrar nuestras decisiones por la prioridad del reino de Dios y su justicia, recordando que nada de lo que sucede escapa a Su plan y propósito. La tentación de buscar seguridad en ídolos modernos —reputación, estatus, control o seguridad económica— es fuerte, pero Dios es el único refugio que permanece cuando todo lo demás falla. Su cercanía es una realidad presente en la angustia, no una promesa remota; por eso es posible descansar en Su presencia hoy, mañana y siempre. Reconocer nuestra necesidad de refugio implica reconocer nuestra incapacidad para sostenernos por completo y confiar en la fidelidad de Dios. Meditar en Sus promesas y hacer memoria de Su fidelidad pasada nos ayuda a discernir el camino correcto: priorizar la gloria de Dios y el bienestar de los demás, incluso cuando el camino parece incierto, es una expresión de fe que confía en un Dios soberano que cuida de nosotros.
En medio de peligros, incertidumbres y dudas, tengamos presente que el refugio verdadero no es una fortaleza humana, sino la presencia de Aquel que es nuestro Señor. Por tanto, que cada decisión nuestra sea una expresión de dependencia confiada en Su soberanía, sabiendo que Él obra todas las cosas para el bien de los que le aman. Y que, ante la tentación de confiar en nuestro propio poder, podamos volver una y otra vez a la oración que nos coloca en la seguridad de Su cuidado: protégeme, oh Dios, pues en Ti me refugio. Amén.
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