
“Vivid tan bien entre los paganos que, aunque os acusen de hacer el mal, vean vuestras buenas obras y glorifiquen a Dios el día que nos visite” 1 Pedro 2:12 NVI
Este versículo, y el pasaje que lo rodea, nos coloca ante una vocación clara: Dios nos escogió para hacerse un nombre entre las naciones, para que Su gloria se difunda a través de nuestras vidas. Nuestra tarea no es meramente verbalizar creencias, sino vivir de tal manera que a través de las circunstancias que vivimos las personas vean en nosotros la evidencia de que Dios está actuando en el mundo.
En 1 Pedro 2:9 se afirma con claridad: “Sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para que anunciéis las virtudes de Aquel que os llamó de las tinieblas a Su luz admirable” Este llamado no es un pasaje aislado; es el marco desde el cual entendemos por qué vivimos, cómo lo hacemos y hacia qué horizonte nos dirigimos. No se trata de un simple deber ético, sino de una identidad transformada que encuentra su expresión en dos batallas cruciales: una batalla interior en relación con nuestras pasiones y una batalla exterior en relación con nuestras obras. La batalla interior es, ante todo, sobre lo que deseamos. Pedro describe a los creyentes como extranjeros y exiliados en medio de un mundo que no comparte los mismos impulsos. La consigna no es reprimir sin excepción cada deseo, sino reglamentarlos a la luz de la grandeza de Dios. La invitación es llenar la mente con lo que exhibe la grandeza, el valor, la belleza y la verdad de Dios, y evitar aquello que compite con Él por el primer lugar en nuestro corazón. Esto implica una disciplina: identificar aquello que despierta deseos contrarios a la voluntad de Dios y ser implacables para erradicarlo de nuestra vida. Es una llamada a una vida de entrega, donde nuestra pasión verdadera es Dios mismo y Sus cosas.
La batalla externa, por su parte, ocurre en el plano visible de nuestras acciones. Mantener una buena conducta entre los gentiles no es meramente evitar el escándalo; es demostrar de manera constante que el Evangelio produce una transformación real. En un mundo que acusa, la vida piadosa y las obras buenas pueden ser la prueba irrefutable de que no vivimos para nosotros mismos, sino para Aquel que nos llamó. Pedro sugiere que, si seguimos haciendo el bien y no nos cansamos, eventualmente incluso nuestros críticos no podrán evitar reconocer la consistencia de nuestro testimonio y la gloria de Dios que se revela a través de nuestras vidas. En este sentido, las buenas obras no son una estrategia para ganar aprobación humana, sino una respuesta obediente y visible al amor de Dios. Las palabras de Timothy Keller aclaran este punto cuando señalan que las obras que hacemos en el mundo son la evidencia visible de la gracia que ya hemos recibido; y John Piper recuerda que la iglesia debe ser un faro de buenas obras en un mundo de tinieblas.
El pasaje de hoy nos invita a ver el propósito de la iglesia de manera concreta: Somos un pueblo celoso de buenas obras, no para ganar la aceptación de los hombres, sino para glorificar a Dios y atraer a otros a la gracia que nos salvó. Esta es la lógica de la misión cristiana: vivir de tal modo que lo que la gente observe dirija sus ojos a Dios y no a nuestra propia capacidad. Pero existe una tentación constante a buscar comodidad, evitar el costo, priorizar lo superficial y depender de la aprobación humana. Pero el apóstol Pedro nos llama a un camino de integridad y generosidad: dar más, servir más, amar más, y vivir con la expectativa de que cada acción cotidiana puede ser un medio para que otros, a través de nuestras obras, rindan gloria a Dios. Al vivir así, nuestra identidad como pueblo escogido cobra plena claridad: no somos una minoría marginada que simplemente espera el regreso de Cristo, sino una comunidad activa que proclama con obras y palabras la grandeza de Aquel que nos llamó de la oscuridad a Su luz. Cada gesto de bondad, cada acto de servicio, cada decisión de honestidad e integridad en el lugar de trabajo o en la calle, se convierte en una oportunidad para glorificar a Dios y despertar en otros la curiosidad por Su gracia.
Oración: misericordioso Dios, Tú has prometido perfeccionar Tu poder en nuestras debilidades, hoy te rogamos: ayúdanos a permanecer firmes en la verdad sin perder la ternura, a cultivar una vida de oración que sostenga nuestras obras y a mantener la mirada puesta en la meta de ver Tu nombre glorificado entre las naciones. Amén
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Amén
Ayudanos señor, amén.