Insatisfacción que vacía

Publicado el 29 de agosto de 2025, 3:45

La parábola del hijo pródigo consignada en Lucas 15:11-32 nos revela la gracia y la misericordia de Dios de una manera contundente.

Este joven lo tenía todo en su casa, pero aun así anheló más. Creyó que podría hallar satisfacción al ceder a sus deseos, buscando aquello que nunca había experimentado. Fue engañado por la promesa de que le faltaba algo y, por ello, decidió apartarse de la familia y de las reglas, con la esperanza de vivir la vida que había imaginado. Reunió su herencia y cruzó el umbral hacia una región lejana. Con suficiente dinero, probó los placeres del mundo y vivió bajo la ilusión de que el pecado sería la realización de sus sueños. Pero aquello que parecía traer deleite trajo vacío. Porque, aunque al principio el pecado puede dar una especie de sabor, su paga es muerte (Romanos 6.23). Un estilo de vida pecaminoso rompe la felicidad, la paz y la seguridad. Después de gastar todo, llegó una hambruna y el joven terminó cuidando cerdos, pasando hambre y recordando lo que tenía en casa. Sus sueños de grandeza se desvanecieron; ya no tenía nada. Fue entonces cuando, por la gracia de Dios, reconoció su condición, se arrepintió con humildad y emprendió el regreso a su padre.

El padre del pródigo es presentado como un hombre herido por los deseos de su hijo de recibir la herencia y abandonar el hogar. Como cualquier padre que vela por su hijo, él estaba preocupado y esperanzado. No importaba lo que hubiera pasado: nada podría romper su amor. Un día, mientras su hijo aún estaba lejos, él lo vio aparecer en el camino. En lugar de reprocharlo, lo abrazó y lo besó, reconociendo que, a pesar de lo impuro que podia estar en ese momento, su hijo seguía siendo su hijo. Incluso ordenó que se celebrara su regreso. En esta parábola, se nos muestra a ese Padre celestial dispuesto a perdonar a quienes se acercan a Él con humildad y arrepentimiento, sin importar cuánto nos hallamos alejado en el pasado. El Señor Jesús está revelando a los escribas y fariseos la actitud de Dios hacia los pecadores arrepentidos, y al mismo tiempo muestra a los publicanos y pecadores que el Padre está dispuesto a perdonar si confiesan su desobediencia y regresan a Él. Alejarse del Señor y vivir en pecado nunca es camino de felicidad duradera. Como el hijo pródigo, eventualmente nos desilusionamos. Pero el Padre celestial está dispuesto a perdonar cuando conscientes de nuestra miseria volvemos a Él y nos apartamos del pecado.

Nos da una nueva oportunidad de comenzar de nuevo, y una gran alegría se desata en el cielo ante cada regreso sincero. Nuestra única esperanza está en la gracia, el amor y el perdón de Dios Todopoderoso. Él dio a Cristo para pagar la deuda que nuestras acciones merecían. Por medio de la fe en Cristo y Su sacrificio, podemos ser salvos. Si confesamos nuestros pecados, Dios es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de toda maldad (1 Juan 1:9). Nadie es aceptado ante Él por obras propias, sino por la muerte de Cristo en la cruz, que salda nuestra deuda. Todo aquel que deposita su confianza en Él es hecho hijo de Dios y recibe vida eterna; el Señor restaura nuestra dignidad, nuestras actitudes y nuestros pensamientos. Regresar al Señor es iniciar una relación personal con Él que nunca termina, porque no depende de que tan fuerte podemos aferrarnos a Él sino de que estamos en Su mano y nadie puede arrebatarnos de Su mano. Amén

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Comentarios

Shirley García
hace un mes

Amén

Yamileth
hace un mes

Amén