
“Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que Yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” Juan 4:13-14
La pregunta que nos confronta hoy es profunda y directa: ¿qué quiso decir Jesús cuando afirmó que quien bebe del agua que Él da, nunca volverá a tener sed? la sed espiritual que persiste día a día es una realidad innegable en la vida del creyente. ¿Acaso no hemos bebido ya? ¿Es vana la promesa? La respuesta, según las Escrituras y la experiencia de la fe, es rotunda: no. Porque la promesa de Cristo no es una promesa de alivio pasajero, sino la intensificación de una provisión que no se agota. En el relato, Jesús enseña que el agua que Él da se transforma en una fuente dentro del hombre, un manantial que salta para vida eterna. No es una simple bebida que sacia por un instante; es una provisión continua que se repite una y otra vez. Cuando bebemos de esa agua, no eliminamos nuestra necesidad; sino que la convertimos en un continuo encuentro con la gracia de Dios. Es un flujo que se renueva en cada momento de sed, una gracia que no se agota, sino que se expande.
Esta imagen de la sed también podríamos compararla con el Salmo 23, donde el buen pastor guía a Su rebaño a lugares de reposo y suministro, el salmista dice: “Él es mi pastor; nada me faltará” esto no significa una vida sin necesidades, sino un caminar bajo la guía del Pastor que provee en cada temporada. En verdes pastos encontramos descanso; junto a aguas de reposo, renovación para el alma. Incluso cuando el camino se oscurece, cuando el valle parece pesado, la promesa de Dios permanece, del mismo modo la sed puede aparecer de nuevo, pero la fuente continúa fluyendo. Este el ritmo de la vida cristiana: necesidad y provisión, peligro y liberación, desierto y reposo. La promesa de Cristo no niega ni elimina la necesidad; la transforma y la satisface en Él. Este es un llamamiento a vivir con una expectativa continua de Dios. No se trata de perder la esperanza ante la repetida sed, sino de caminar en la certeza de que la gracia de Cristo es suficiente y constante. Nuestra vida debería estar marcada por la dependencia diaria de la gracia que se ofrece en la comunión con el Espíritu y en la Palabra, para que esa fuente que hay en nuestro interior pueda fluir hacia los demás.
Oh amada Iglesia que, en cada momento de sed en lugar de desesperar, busquemos cultivar hábitos que mantengan la fuente activa: oración, lectura de la Palabra y comunión con los hermanos en la iglesia local. Estemos dispuestos a reconocer que las necesidades no son enemigas, sino instrumentos para experimentar la fidelidad de Dios y aprender a depender más de Él y sobretodo no olvidemos que el gozo cristiano no proviene de una vida sin necesidad, sino de una vida que encuentra su plenitud en la fuente que Cristo ha derramado. La gracia de Dios no es una coyuntura temporal, sino un flujo constante que transforma nuestra experiencia de hambre y sed, por ello estamos llamados a beber de esa agua viva y a permitir que, en nosotros, esa fuente se convierta en un cauce para vida eterna.
Oración: Señor Dios, te damos gracias por la promesa del agua viva que fluye dentro de nosotros. Ayúdanos a vivir conscientes de nuestra dependencia diaria, a buscarte con perseverancia cuando la sed amenace y a dejar que Tu gracia, más que satisfacer momentáneamente, nos transforme en un manantial que brota para la vida de otros. Que Tu Espíritu nos sostenga, que Tu Palabra nos alimente y que la comunión de la iglesia nos fortalezca para vivir de la fuente que nunca se agota. Amén.
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