Si no te arrepientes, perecerás también

Publicado el 3 de septiembre de 2025, 4:28

"Si no os arrepentís, TODOS pereceréis igualmente" Lucas 13:3

En un mundo que parece buscar excusas para evitar la confrontación con la verdad, Jesús nos confronta con una realidad que no admite ambigüedad: si no nos arrepentimos, todos pereceremos. Lucas 13:3 registra una admonición directa que corta la distancia entre lo que pensamos y lo que Dios exige.

Un grupo le contó a Jesús sobre la matanza de galileos a manos de Pilato; en lugar de exaltar la injusticia de tal suceso, Jesús señala una verdad más profunda: la condición humana es más grave de lo que solemos reconocer. No hay seres humanos inocentes ante un Dios santo. Romanos 3:23 y 3:10 nos recuerdan que todos hemos caído, y la calamidad de otros no debe sorprendernos como si fuera una injusticia contra personas puras; al contrario, nos revela nuestra propia necesidad de gracia. Lo asombroso del relato no es la magnitud de la condena de los demás, sino la misericordia que aún nos concede un día más para arrepentirnos. Dios es paciente, está lleno de misericordia y no quiere que nadie perezca, sino que se arrepienta. Esa paciencia divina es un don que debemos recibir con gratitud y responsabilidad, sabiendo que cada amanecer es una invitación a volvernos a Dios. La condena no es un deseo de Dios para el mundo, sino la consecuencia de una ruptura definitiva con la voluntad de Dios. Si persistimos en el pecado, el resultado final no será un simple fracaso humano, sino un juicio eterno.

Cuando Jesús advierte que los que no se arrepienten “perecerán también”, está describiendo un destino que ninguno quiere enfrentar. No se trata de una coincidencia cósmica, sino de la realidad de nuestro estado sin Cristo: la muerte física no es el final definitivo, y el Juicio de Dios no es una sugestión agradable, sino una realidad inminente para todos. Las personas de aquella noticia eran conscientes de que morirían, pero no esperaban el momento exacto de su final. De igual manera, muchos hoy viven como si el día de su juicio fuera una eventualidad remota, sin entender que cada día que pasa nos acerca a ese encuentro. El autor de la Epístola a los hebreos nos recuerda con claridad que está establecido que los hombres mueran una sola vez, y después el juicio (Hebreos 9:27). Jesús expande esa enseñanza en Mateo 25, donde se produce una separación entre ovejas y cabras: los justos a la vida eterna, los injustos al castigo eterno. Morir no es simplemente desaparecer; es entrar en un estado de separación definitiva de la presencia de Dios y de Su gracia.

Entonces, la centralidad del mensaje es clara: todos hemos pecado y necesitamos arrepentimiento. No hay excepciones. Alcanzar la vida eterna depende del arrepentimiento que nos pone en el camino de la fe en Cristo. Este arrepentimiento no es meramente un sentimiento, sino un cambio de dirección: abandonar la confianza en nuestras obras, en nuestra justicia propia, y volvernos hacia Aquel que puede justificar al impío por medio de la fe en Su amado Hijo.

Oración: Padre Santo, reconocemos nuestra necesidad de arrepentimiento y de Tu gracia. Te pedimos que nos confrontes cada vez más profundamente con la verdad de nuestra condición y nos lleves a un arrepentimiento genuino que produzca frutos de fe y obediencia en nosotros. Ayúdanos a vivir cada día preparados para partir a la eternidad, sabiendo que la muerte viene para todos y que el juicio no es una ficción. Que la realidad de Tu santidad me impulse a buscarte con un corazón contrito y obediente, y que, por la obra de Tu Espíritu, viva con la esperanza de la vida eterna en Cristo Jesús. Amén.

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Comentarios

Shirley García
hace un mes

Amén