
“Pero todo lo que para mí era ganancia, lo he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y aún más, yo estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor, por quien lo he perdido todo, y lo considero como basura a fin de ganar a Cristo” Filipenses 3:7-8
El éxito cristiano no se mide por lo que obtenemos de este mundo, sino por lo que asumimos como pérdida ante la gloria de Cristo. Cuando Pablo declara que todo lo que para él era ganancia lo ha estimado como pérdida por amor de Cristo, está revelando una lógica de valor que trasciende las monedas y los tratos temporales. No se trata de minimizar la realidad del mundo ni de desestimar las bendiciones que Dios concede, sino de colocar a Cristo en el primer lugar de la balanza de nuestras afecciones. Porque, si sabemos ver con claridad, el incomparable valor de conocer a Jesús es la llave que abre un horizonte en el que todo lo demás palidece ante la belleza de nuestro Señor.
El cristiano sabe que la vida de fe no es una escapatoria de la realidad sino un despertar a una realidad mayor. Al enamorarnos de Cristo, el reino de los cielos se revela como un tesoro escondido en un campo; y cuando lo hallamos, vendemos todo lo demás para comprar ese campo. No hay contradicción entre gozo y entrega: el verdadero gozo nace cuando conquistamos un tesoro que no se agota con el tiempo. Es por ello que el llamamiento a seguir a Cristo exige, según las palabras de Jesús, una renuncia radical de las posesiones que nos inquietan y nos distraen de la verdadera riqueza. Mensajes de lujo, de comodidad, de autosuficiencia pierden su brillo frente a la posibilidad de caminar con el Rey en obediencia y libertad.
Pero, ¿qué significa eso de escribir “PÉRDIDA” en todo lo demás? Significa, en primer lugar, que cada elección entre este mundo y Cristo se resuelve a favor de Él. Significa que nuestra relación con las cosas de este mundo debe acercarnos a Su presencia y profundizar nuestro deseo de Su gloria, y no de un placer pasajero. Significa que no tratamos las riquezas, el buen nombre o las oportunidades como tesoros en sí mismos, sino como medios para conocer más a Aquel que es el Tesoro perfecto. Significa que, incluso en la pérdida, mantenemos un tesoro intacto: Cristo, cuya gloria no se desvanece y cuya presencia es suficiente para sostenernos. En segundo lugar, este modo de vivir transforma nuestra interpretación de las pruebas. El sufrimiento deja de ser un incidente anecdótico para convertirse en un instrumento divino de formación. Cuando las fajas de la vida se aflojan y se quiebran nuestras expectativas, no nos caemos en la desesperación, porque ya hemos hallado la verdad más audaz: lo que más vale es Cristo. Y si en el camino se nos quitan cosas valiosas, seguimos adelante confiando en que el precio verdadero ya fue pagado y que lo que ganamos en Cristo supera cualquier pérdida. La experiencia de Pablo nos enseña que la pérdida voluntaria no es un abandono sino una inversión en algo que nunca falla: la comunión íntima con el Señor, el conocimiento profundo de Su corazón y la certeza de Su gracia.
La pregunta que se nos invita a responder hoy es: ¿queremos conocer a Cristo de forma tan profunda que todo lo demás se torne basura? ¿Estamos dispuestos a abrazar la verdad de que, al perder lo que este mundo ofrece, ganamos al que todo lo ofrece? Si tu respuesta es afirmativa, entonces empieza a considerar el sufrimiento no como una derrota sino como una preparación: una preparación para conocer, amar y seguir a Jesús con una intimidad que desborda cualquier circunstancia. Que el Señor abra nuestros ojos para contemplar el valor incomparable de Su persona y de Su gloria, de modo que cada pérdida que enfrentemos en este mundo sea, en verdad, una ganancia mayor en Él.
Oración: Señor Jesucristo, concede a nuestra alma la claridad para ver que todo lo que ofrece este mundo no se compara con conocerte. Que podamos estimar como pérdida aquello que impide nuestra comunión contigo y que, aun en la aflicción, nos aferremos a la esperanza de que en ti encontramos el tesoro que satisface plenamente. Haznos hombres y mujeres de fe que, aunque renunciemos a muchas cosas, ganemos a Cristo y seamos capaces de vivir para Su gloria. Amén
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Amén