
“Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por Su cuerpo, que es la iglesia” Colosenses 1:24
En este pasaje se nos revela la vida de fe como una participación real en el drama del sufrimiento por la gracia. Cuando Pablo dice que se regocija en sus tribulaciones por causa de la iglesia, está declarando que la entrega personal a la misión del Evangelio no excluye la alegría profunda de saber que Dios está obrando a través de nuestras debilidades. La gloria de Cristo no se manifiesta únicamente en Su dolor perfecto, sino en la manera en que Su pueblo se une a ese dolor para comunicar la gracia a un mundo que permanece en tinieblas.
En este sentido, el sufrimiento cristiano deja de ser una penuria aislada para convertirse en un instrumento de misericordia, una extensión de la compasión divina que busca transformar a los que están lejos de la verdad. La imagen que se impone es clara: Cristo quiere presentar Su dolor al mundo no desde un accionar divino distante, sino a través de una iglesia dispuesta a sufrir por el bien de otros. Este razonamiento no invita a una santidad consumada sin costo, sino a una santidad que se materializa en sacrificios concretos. Cada vez que elegimos el sacrificio de nuestra comodidad, de nuestras preferencias o de nuestra seguridad, estamos escribiendo con nuestras acciones una continuación del sufrimiento redentor de Cristo, que se libera en el mundo a través de Su cuerpo, la iglesia. Pablo, al vivir este misterio, no suprime la alegría; al contrario, la entrelaza con el dolor. El camino hacia la gloria no es un sendero que evita la cruz, sino una senda en la que la cruz se convierte en un puente hacia la vida de muchos. Cuando abrazamos el llamado a sufrir por la causa del Evangelio, descubrimos que la felicidad bíblica no es negación del dolor, sino la certeza de que Dios obra a través del dolor para producir fidelidad, perseverancia y esperanza. Así, la vida de aquellos que conocen a Cristo se transforma en una semilla que, al caer en tierra, da fruto abundante para la salvación de otros y para la edificación de la iglesia.
La enseñanza de este pasaje nos conduce a dos preguntas prácticas: ¿qué significa, en nuestras circunstancias, escribir “PÉRDIDA” sobre todo en este mundo para ganar a Cristo? y ¿estamos dispuestos a caminar con esa renuncia, sabiendo que el verdadero tesoro es Cristo? Dios nos llama a prepararnos para el sufrimiento no como masoquismo espiritual, sino como una participación consciente en la misión salvífica de Cristo: sufrir para propagar la gracia, para que la verdad de la cruz alcance a más personas y para que la iglesia se disfrute en la comunión de ese sacrificio. Que nuestra esperanza no anule la realidad del dolor, sino que lo refina para que, al final, podamos decir con claridad que hemos avanzado en la semejanza de Cristo y hemos visto cómo Su amor se multiplica en aquellos que oyen la buena noticia a través de nuestras vidas.
Oración: Amado Dios, concede a nuestra alma discernimiento para entender que el llamado a sufrir por el Evangelio no es un peso inútil sino un privilegio que nos acerca a Cristo y extiende Su gracia a otros. Que podamos vivir de manera que, al perder lo que este mundo ofrece, ganemos a Aquel que es la esperanza de gloria. Fortalécenos para tomar nuestra cruz cada día, para entregar nuestras seguridades y para servir con amor sacrificial, sabiendo que en ello se revela la plenitud de Tu amor y se magnifica la extensión de Tu reino. Amén
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Amén