
“Porque nosotros que vivimos, siempre estamos siendo entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo mortal” 2 Corintios 4:11
La vida cristiana es una participación intensa en el misterio del sufrimiento que produce vida. Cuando Pablo dice que vivimos entregados a muerte por causa de Jesús para que la vida de Cristo se manifieste en nuestro cuerpo mortal, no está describiendo una experiencia ajena a nuestra realidad, sino una vocación que se traza día a día en cada hogar, en cada padre y cada madre que se levantan frente a la rutina y la prueba. La crianza de los hijos, vista con los ojos de la fe, no es solo un conjunto de tareas, sino un campo de prueba en el que se revela si hemos permitido que el amor de Cristo modele nuestra voluntad y nuestras obras. En el centro de esa batalla está la pregunta que se repite sin cesar: ¿me sacrificaré de verdad por aquellos a quienes Dios me ha confiado? No es una cuestión que se resuelva en un solo acto, sino un sí continuo que se renueva con cada despertar, con cada cansancio que parece quebrar nuestra paciencia. Se decide cuando un niño se levanta temprano y rompe la quietud de la oración, cuando la exigencia de la casa parece estar a punto de ahogarnos, cuando la fuerza de nuestro cuerpo ya no da más y surge la insistente voz de un pequeño que necesita agua, comida o consuelo.
Esta pregunta no se refiere únicamente a las acciones visibles, sino a la actitud con la que se realizan. ¿Ofreceré mi vida como un perfume agradable al Señor en beneficio de mis hijos? ¿les serviré a ellos por obligación o lo haré como si sirviera al propio Dios? ¿Estoy dispuesto a aniquilar mi propia comodidad para vivir en la voluntad de Dios para cumplir este llamado? La respuesta cotidiana debe darse en el ritmo de cada día. Porque la crianza no consiste en grandes gestos dramáticos solamente, sino en las pequeñas muestras de fidelidad que a menudo pasan inadvertidas. Podemos lograr que nuestro hogar sea limpio y que nuestros niños obedezcan, y aun así perder el sentido de la entrega si no hay un corazón que se goza en servir a Dios a través de ellos. Es fácil creer que se puede vivir para uno mismo y, al mismo tiempo, ser fiel a Dios en el ministerio de la crianza; sin embargo, Jesús advierte que quien busca salvar su propia vida la perderá, mientras que quien la entrega por Su causa hallará la vida verdadera. La muerte al yo, repetida cada día, no es una derrota sino una apertura a la vida que sólo Cristo puede dar.
Como padres, nuestra entrega produce frutos que no siempre vemos de inmediato, pero que crecen por la potencia de Dios. Cada sacrificio, cada renuncia que parece pequeña, se convierte en una semilla en el corazón de nuestros hijos, una semilla que llegará florecer en una confianza más profunda en el Señor. La clave está en considerar que el poder de transformar destinos no reside en nuestra fortaleza, sino en la gracia que nos sostiene mientras caminamos en obediencia. Así que elijamos entregar nuestras vidas con gozo, sabiendo que en ese ofrecimiento Dios está forjando una generación que conocerá a Cristo, lo amará y servirá con valentía.
Oración: Señor, concede que cada madre y cada padre que escucha estas palabras vea en su día a día la continuidad de la entrega de Cristo. Ayúdanos a responder con gozo a las interrupciones, a cultivar una actitud de servicio que no dependa de nuestras fuerzas sino de Tu gracia, y a depender de tu Espíritu Santo para que nuestras pequeñas ofrendas de cada día sean un perfume que glorifique Tu nombre y bendiga a nuestra familia. Que, al hacerlo, demos fruto que permanezca para la eternidad y que nuestros hijos experimenten, en nuestra entrega, la cercanía de Tu presencia y el poder de Tu amor. Amén
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Amén 🙏🙏🙏
Amén, Ayudanos Señor. Dame tu Gracia
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