
“Si permanecéis en Mí, y Mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queráis, y os será hecho. En esto es glorificado Mi Padre, en que deis mucho fruto, y así seáis Mis discípulos” Juan 15:7-8
Cuando entendemos que la oración no es un acto aislado para satisfacer caprichos, sino una manera de cooperar con la obra de Dios para que Su nombre sea santificado y Su reino avance entonces y sólo entonces la vida de fe comenzará a ser evidente en nuestras vidas. El pasaje de hoy nos recuerda que la condición para una oración eficaz es la presencia constante de Cristo y la permanencia de Sus palabras en nosotros. Cuando eso sucede, nuestros deseos dejan de ser meramente naturales y se transforman en aspiraciones que miran hacia lo eterno: que Dios sea glorificado, que Cristo produzca fruto en nuestra vida y que el evangelio alcance a otros. No se trata de orar para que Dios se ajuste a nuestros planes, sino de que nuestros deseos se ajusten a la voluntad revelada de Dios, de modo que lo que pedimos esté alineado con Su propósito redentor.
La verdadera oración no busca simples satisfacciones inmediatas, sino que conduce a un crecimiento visible del carácter y de la obediencia. Dios ha diseñado las peticiones del creyente para que, al pedir lo necesario para vivir cada día, se produzca en nosotros un mayor sometimiento a Su voluntad y una mayor capacidad para servir con eficacia. Por ello, cuando oramos pidiendo pan para hoy, debemos hacerlo con un corazón que al mismo tiempo desea que Su nombre sea honrado, que Su reino se expanda y que Su voluntad se cumpla aquí en la tierra como en el cielo. Esa es la clave: transformar los deseos legítimos en herramientas para la gloria de Dios y para la edificación de la iglesia.
El modo correcto de orar implica una purificación de nuestros anhelos. Si no queremos que nuestra oración sea un simple reflejo de nuestras ambiciones personales, debemos cultivar un hambre espiritual que posicione a Dios en primer lugar. Según las Escrituras, la confianza de que Dios escucha cuando pedimos conforme a Su voluntad nos da certeza y libertad para pedir con fe (1 Juan 5:14). Cuando nuestros deseos nacen de un profundo deleite en el Señor y buscan Su voluntad, lo que pedimos puede recibir una respuesta que trasciende lo inmediato y produce fruto que permanece. En este marco, la verdadera oración no es para saciar deseos humanos, sino para suscitar una vida que refleje la santidad de Su nombre, la llegada de Su reino y el cumplimiento de Su voluntad. Así, aprenderemos a discernir cuándo pedir y qué pedir, sabiendo que, al fin, el propósito de Dios es traer transformación mediante la obediencia de Su pueblo.
Oración: Señor, ayúdanos a que nuestra vida de oración esté profundamente arraigada en Ti, que Tus palabras permanezcan en nosotros y que nuestros deseos sean purificados para coincidir con Tu voluntad. Que nuestras peticiones no busquen simplemente lo que nos satisface, sino que produzcan fruto para Tu gloria, fortalezcan a Tu iglesia y extiendan Tu reino. Suscita en nosotros un deleite tan grande en Ti que todo deseo natural se reoriente hacia la santificación de Tu nombre y la expansión de Tu reino. Amén
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